domingo, 4 de septiembre de 2011

Los tiempos, las esperas, el cuco y 15-M

Retorno a Galicia después de dos años. En Lugo, en plena Ribeira Sacra, los tiempos siguen su devenir: lentos. Aquí no se nota esa extravagancia que los de fuera denominamos crisis. Las gallinas ponen; las terneras pacen con las madres, y las pequeñas huertas continúan dando el sustento, más o menos.

Días atrás, seis horas en Madrid nos colocaban entre la hermosura y refinamiento directo, sin sutilezas, de La dama del armiño, y los escudos policiales que no nos dejaban avanzar por Sol. Entre la brisa de la avenida Presidente Carmona, en la que un jubilado ofrecía una charla agradable, y los helicópteros que por primera vez revoloteaban sin pausa.

En esta aldea lucense no puedo hacer ni recibir llamadas telefónicas. Resulta que la compañía que tantos mensajes suele enviar a diario no logrará remitírmelos aquí. No cambiaré de empresa, porque la otra, según dicen los moradores que llegan de las ciudades, sí que tiene mejor cobertura.

Solo percibo un par de diferencias respecto de otras veces: hay mucho terreno sin cultivar, por lo que cuesta encontrar algunos camiños, los atajos que acortan kilómetros para llegar a ese punto de referencia, que puede ser un roble o una enorme piedra. Y el cuco. No lo escucho por las noches. Era como un cuadro de Leonardo sonoro que acariciaba mis sueños más tempranos, antes del silencio y la niebla.

Parece que no hay cucos, o tal vez se han refugiado lejos de los faroles.

Mientras tanto, sí puedo ver las estrellas, todas las que la fragilidad de una visión de corto alcance nos deja contemplar.

Aquí no hay estrés; aquí solo se espera. Muchos podrían descubrirlo pronto.  Incluso, hasta me atrevería a invitar a los ideólogos y seguidores del 15-M a buscarse una oportunidad en pueblos como este, casi abandonados, que adornan toda España.

Pero, ¿aprenderemos a arar la tierra, despejar los caminos y sacar frutos líquidos y grasos de las pacientes vacas?

Complicado, pero todo se andará.

1 comentario:

Inos dijo...

Casi se escucha el zumbar de los insectos... Sin bucolismo no hay paraíso. Abrazos, Ada.