domingo, 17 de febrero de 2013

Saber o no saber


No sé si por escapar de la censura de la época, pero Carson McCullers colocó en la voz de un personaje iracundo y, entre loco y perdido por la ebriedad, algunas de las palabras más sabias de El cazador es un corazón solitario. Traje esta obra conmigo y de vez en cuando la reviso, porque aún, afortunadamente para mí, no pierde vigencia o interés, como con tristeza descubro con otros libros que me fascinaron y ahora no me dicen tanto, por no decir que nada.

Pues bien, a falta de mejores ideas propias, suscribo las palabras de Jake, el iracundo y entre loco y perdido por la ebriedad:

…Luchaban para que este pudiera ser un país donde todos los hombres fueran libres e iguales. ¡Ah! Y eso quería decir que todo hombre era igual a los ojos de la Naturaleza: con iguales posibilidades. Esto no quería decir que el veinte por ciento de la gente fuera libre de robar al otro ochenta por ciento restante sus medios de vida. Esto no quería decir que un rico hiciera sudar sangre a otros diez mil pobres para poder enriquecerse más. Esto no quería decir que los tiranos tuvieran libertad de llevar a este país a una situación en la que millones de personas están dispuestas a hacer lo que sea engañar, mentir o lo que sea con tal de trabajar por cuatro cuartos. Han convertido la palabra libertad en una blasfemia. ¿Me oye usted? Han logrado que la palabra libertad apeste como una mofeta para todo aquel que sabe.

Porque este personaje cree que el conocimiento nos hace libres, y cuando habla de los que saben se refiere a aquellos que aprendieron a pensar por sí mismos.

…Volverse loco no sirve de nada. Nada de lo que podamos hacer sirve de nada. Así es como me parece a mí. Todo lo que podemos hacer es ir por ahí diciendo la verdad. Y en cuanto haya bastantes ignorantes que hayan aprendido la verdad entonces ya no tendrá sentido pelear. Lo único que podemos hacer es dejar que sepan. Es todo lo que hace falta. ¿Pero cómo? ¿Eh?

Luego Jake cae al suelo, presa de un ataque etílico, hasta el día siguiente, cuando vuelve a la rutina del trabajo en un parque de atracciones de pueblo, para empujar a la gente, cosa que se le daba bastante bien.

Después de releer los textos caigo en cuenta de que unas palabras dirigidas a los lectores estadounidenses de 1940 tienen absoluta vigencia en los dos países en los que he vivido, tras setenta años, más de dos generaciones incluidas.

Porque los cambios más profundos, esos que originan movilizaciones de pensamiento, son lentísimos, tanto, que a algunos se nos hacen insoportables, soporíferos. 

¿Hay que hacer equipajes y trasladar los libros en cajas nuevas otra vez?

Admiro a los que siguen buscando, a quienes saben que están solos y, pese a ello, esperan hallar a quienes saben o a quienes más saben, y desde ahí… expandirse, transmitir y morir con la misión cumplida.

«¿Pero cómo? ¿Eh?».