domingo, 2 de diciembre de 2012

Amistades de sugus y frunas


Cuando Helena decidió levantarse de su silla y marcharse para siempre de un empleo en el que se sentía fuera de sitio y definitivamente harta, la tercera o cuarta cosa que hizo fue coger su bolsa de sugus y dejármela.

El hecho me conmovió, pues desde hacía pocas semanas, cada vez que me veía agobiada por algún entuerto laboral, ella sacaba un trío de caramelos y me los dejaba sin pestañear.

Y cuando esto ocurría, recordaba a Pili, mi querida Pili, a quien por vez primera, también en la oficina, pero de Caracas, oí hablar de los sugus. Yo no sabía que esa marca respondía a los cuadrados perfectos envueltos en un papel que concentra aromas y sabores artificiales de naranja, fresa o piña, entre otros, que no importa recordar, pues el detalle no está en sus diferencias, sino en el concepto. Pero cuando Pili me regaló sugus de los que había comprado para su nieto, supe de lo que hablábamos.

Surgió así la evocación mediante la delicadeza de las frunas, aquellas frunas, las de forma de ladrillo y delicados colores, también envueltas en un papel encerado blanco, con una cubierta que ahora mismo recuerdo azul y amarilla. Las frunas fueron la golosina de mi temprana infancia y como esta, se esfumaron; sin embargo, de vez en cuando me preguntaba: ¿dónde está?

Así que la generosidad de una amiga y de una compañera de trabajo me devolvieron una textura y un sabor únicos, idealizados como los primeros amores y ahora reaparecidos en mi historia actual, esa que se alimenta de detalles y breves cotidianidades.

La fruna era del tamaño adecuado, por eso, los sugus deben ir de dos en dos o de dos más uno, solo para terminar de morder lo justo y lograr que la pasta se separe de encías y dentadura con la facilidad con la cual solamente puede hacerlo un sugus-fruna. Ahora mismo no quiero saber si hay conservantes y colores artificiales en ellos; o sí… En ese caso, los extinguiría de mi  presente y solo quedarían en la memoria, ejemplificando la consabida frase de que se fue más feliz cuando las reflexiones aún no anidaban en nuestras preguntas.