jueves, 8 de septiembre de 2011

Idilio

Suelo destinar mi marcalibros favorito al libro que me ofrece las mejores expectativas entre esos que están en el estante de los no leídos.

Se trata de una delgadísima lámina metálica que conduce a su cabezal, un animalito que parece un gato, o que a mí me gusta creer gato*.

Es la parafernalia que acompaña la compra de un libro, acto heroico de la economía familiar, ajuste de cuentas con la legalidad y los aparatos del derecho de autor que el sistema ha ido forjando desde hace un trío de siglos.

En fin, que no pude resistirme a mi intuición, a la buena crítica y a mis deseos de dejar transcurrir un largo rato en la librería, y he comprado algunas horas que espero me enseñen, me trasladen, absorban y casi rindan.

¿Es una actitud burguesa? ¿Me perdonarán mis propias ideas internas que la contradicen? Ahhh, no lo sé: hoy encendí la radio y decían que el Mundo, tal como lo conocemos, ha chocado con un iceberg, y he decidido financiar milimétricamente a la poderosa editorial que también debe estar fracturada; resolví evadirme y beberme el ansia de belleza; que resbale por mis mejillas y alcance el pecho y los muslos…

Y así, vencida, anhelante, oler el novísimo libro y ya en reposo, darme las gracias por tanto placer.


*Chiste de Coll:
-Señora, ese perro que va con usted parece un gato.
-¡Pero si es un gato!
-Ah, pues parece un perro.

No hay comentarios: