jueves, 31 de diciembre de 2009

En ese lapso que llamamos 2010

Aunque solo seamos capaces de juzgar el tiempo de acuerdo con el calendario impuesto como canon en el mundo occidental, considero cortés y educado desear bondades y esperanzas en ese lapso que llamamos “2010”. Lo hago con todos: con el señor que nos vende las frutas; con la chica dulce que sonríe cada vez que le compro calabaza asada; con el señor del quiosco y con la nieta de mi vecina que grita, grita y grita todo el día.

Pero hoy, especialmente, lo hago contigo, mi amigo y amiga que has tenido la enorme gentileza de leer algunos de mis desahogos vitales en estas líneas, de apreciar pedacitos de mis miradas, y de compartir conmigo observaciones y comentarios que siempre derivan en nuevas reflexiones, brillantes e inspiradoras de mejores ideas. Gracias por su inteligencia, por la civilidad y por ser tan poderosamente humanos.

¡Feliz vida cada día!

lunes, 21 de diciembre de 2009

Sobre el azar y los azahares

Hoy recuerdo a mi abuela materna. Murió hace siete años, después de que me dejara peinarla y darle su compota (potito) de manzana. Me dijo que durante la noche un par de niños le habían avisado que vendrían a buscarla al día siguiente, y ella, que era toda bondad, decidió acompañarles.

Yo le quería y aún le quiero. Y me acuerdo de ella cuando veo algo hermoso que desearía disfrutáramos juntas. Esta noche, hace apenas un momento, molesta con el frío, he pensado en el aroma del azahar, en la próxima primavera, y me embargó esa nostálgica sensación.

También recordé que ella creía en el azar. Aunque era católica y ejercía como tal, en realidad, practicaba el sincretismo religioso, tan propio de esa cultura en la que las creencias se amalgaman y generan costumbres, recuerdos, visiones, experiencia, literatura (¡pregúntenle a García Márquez!); para mí, riqueza, de la pura, mucho más intensa y noble que la proveniente de lo contante y sonante.

Pero lo que cuenta para muchos es que mañana las 85.000 bolas de la lotería comenzarán a bailar. Puro azar, no suerte. Se cree en la suerte, como originaria del azar, pero es exactamente al revés. La suerte se atribuye cuando el azar aparece. No es un golpe, ni un don; no es nada. Sobre esa nada centramos expectativas y próximas desilusiones.

Mi abuela creía, creía en todo, ¡fantástico! En Dios, en la suerte, en José Gregorio, en el azar, en la vida, en la muerte, en el más allá, en los niños, y hasta en mí.

Qué bueno sería creer y creérselo todo. Ingenuos y sabios. Maravillosos. ¡Música, azahares, pasteles y agua fresca! ¡Por ti!

martes, 8 de diciembre de 2009

Contradicciones, reivindicaciones. Necesidad

I
Las dos caras de la misma lotería

Mi padre nos llama a la cocina. Dice: “Siéntense que el cuento es largo”. Y así empieza el relato. Una amiga orensana fue secuestrada por segunda vez. En esta ocasión unos sujetos la interceptaron antes de entrar en su 4x4, y se la llevaron al rancho más lejano de Filas de Mariche. La atan con un adhesivo muy fuerte y avisa a sus captores de su enfermedad, la diabetes. Le comentan que no se preocupe, que conocen su historial médico y que irán por las medicinas. Entre tanto, unos niños han visto cómo sacaban el bulto de un auto destartalado. Cuando se fueron los que lo trasladaban, se acercaron a lo que se parecía una ventana o quizá solo un latón de zinc desprendido y descubrieron a la mujer, quien se apresuró a pedirles ayuda. Llaman a un tío suyo, intentan liberarla, pero la cinta es muy fuerte, así que descalzándola, logran encontrar una forma de desprenderse de la atadura. Se la llevan y está a salvo. ¿Por cuánto tiempo?

Era su segunda vez. El primer secuestro estuvo a manos de la policía, sin duda. “Aquellos eran profesionales y estos unos malandros, que, a diferencia de los anteriores, sí que me acojonaron”. Cómo habrá sido el trato que prefería a los primeros, con todo y haber sido encerrada en un armario sin comida durante dos días.

Esa era la noticia del día. Esa es la historia con la que amanecimos en casa; pero también fue la historia con la que merendé con una amiga, quien me habló de otro secuestro, y más tarde, la conversación con la madre de otro amigo, quien se quejaba de los moretones sufridos tras un robo en la calle dos días antes.

En Venezuela la vida es un acto de compra-venta, de suerte, de estar vivo porque toca… ese día. El día de estar vivo.

II
La vida de los listos

Escucho a Eduardo Mendoza, en una entrevista en relación con su último libro, Tres vidas de santos, que no he leído, pero que espero me llegue por cualquier vía, como siempre. Dice, refiriéndose a los hechos que culminaron con la detención del director del Palau de la Música de Barcelona, que cuando ocurren estos delitos en los pueblos, el sentimiento de pérdida, de derrota, hace que a la gente-ciudadanía le dé igual por quién votan en unas elecciones, y al final, terminan no ejerciendo el derecho, porque sienten que no habrá diferencias, gane quien gane.

Observé en Caracas ese sentimiento de pérdida. Incluso, los obstinados, aquellos que dicen morir con la Revolución, no tienen más argumento que el de su propio lugar en el Mundo, perdón, en su mundo: ser funcionario, político, abarrotar los restaurantes de moda, lucir la última BlackBerry, es decir, hacer lo que antes otros hacían, con el derecho que les proporciona la insurgencia, el ser parte de los otrora olvidados. En realidad, los sortarios* de turno, porque los otros siguen aplicando el “como vaya viniendo vamos viendo”.

Ahora la meta es ver cómo salvar el dinero de los bancos, cómo obtener dólares “baratos”, incluso, entre la clase media “tres cuartos”, como denomina un conocido a los que están en una situación menos cercana al rasante, a ese medio-medio, entre ese grupo, la moda es intentar conseguir un viaje barato de dos o tres días en el exterior para descansar del infierno de país, para relajarse un poco, porque, pese a todo, “aquí están las propiedades”, “no se puede perder lo de toda la vida”.

Algunos roedores decidimos preservar la vida cruzando el mar; otros han decidido cuidar los restos de queso en las madrigueras a costa de sí mismos. No es una crítica; al fin y al cabo, es un queso del que aún, con un poco de suerte, algunos podríamos beneficiarnos.

Pero la derrota está en creerlo perdido. Está arrasado, tardará mucho tiempo en sanar las heridas, pero no ha muerto. La esperanza es el único vínculo con la realidad; aunque suene paradójico. Mantener entre los dedos el hilo de que puede ser posible que generación tras generación se restituya lo que fuimos dejando perder y convertir casi en erial es lo que marcará la diferencia. Pero debe hacerse algo. Desde el pensamiento, la batalla de la palabra, del argumento, algunos podemos, ¡debemos! Hacer algo.

*Esta acepción es solo venezolana; equivale a “suertudos”.

III
Una película de terror

Conocí a María en el avión que me trasladaba de Caracas a Roma. Fue mi compañera de asiento y gran colaboradora en eso de no aburrirse cuando se está en los trances aéreos.

También quiso contarme una historia. ─Venezuela ─comienza─ se parece a una película de terror. Vamos en una barca muy estrecha por un río amplio y sosegado, uno de esos ríos que lamen los montes y selvas y por donde hay miles de ojos, pero están lejos, no hay de qué preocuparse. En el río, en la embarcación, suponemos que los guías son profesionales y que nos dirigirán por donde corresponde. Te dicen que admires los sonidos del silencio, es decir, que enmudezcas. Sentimos una paz indescriptible, la comunión con la naturaleza es única. Estamos tranquilos. A lo lejos, se escucha una cascada: ¡qué bello país!, ¡qué hermoso paisaje!, es único, espectacular. Arrobados en la admiración, en el orgullo de eso que siempre llamamos “lo nuestro”, casi ni nos percatamos de que el sonido de esa cascada va incrementándose por cada metro recorrido. Desde otras barcas, los guías hacen señas a los nuestros, pero estos se han colocado unos auriculares y sonríen saludando. Nosotros también: saludamos a todos, reímos y más lo hacemos en la medida de que el paso se acelera. Las otras barcas han girado o cambiado de dirección, y entonces, el son agradable comienza a transformarse en un ruido de agua contra las piedras. El espacio se amplía considerablemente. A unos pocos metros ya no vemos continuidad de río, ni vergeles, ni nada. Se aproxima el precipicio; el río cede paso a la cascada, qué cascada, Dios, es un salto, enorme; una caída de agua, que está allí, a unos metros. Nuestros guías, saltan y nadan, y casi se puede apreciar en ellos un aire de malignidad en la mirada, en la última mirada que nos dirigen. Nosotros no tenemos escapatoria; algunos solo usamos el chaleco para sentarnos sobre él. Vamos directamente hacía el despeñadero. Allí moriremos estrellados.

No es agradable escuchar estas historias en un avión, pero supongo que ayuda a fortalecer el carácter, como decían nuestros mayores.

IV
Mis primeras notas. Justificación

Sé que dije que deseaba quedarme con lo mejor de mi paso por Caracas: la familia, los amigos, la calidez que aún se aprecia entre muchos citadinos, la naturaleza maravillosa hacia la que se puede levantar la mirada alguna que otra vez. Hablé de loros y zumos. Sé lo qué pensé y lo que deseaba pensar.

Pero no hay manera. No veo posible que Venezuela pueda salir pronto de esa travesía de terror. En parte por los guías; pero fundamentalmente, por los descuidados turistas que somos y fuimos los venezolanos.

Y cada quien, ahora más que nunca me reitero en mis contradicciones, tiene derecho a preservarse en la guarida que pueda.

Aunque a veces pienso si en general, esta mancomunidad de naciones que llamamos Mundo va por buen camino. Cada uno, dentro de su mayor, medio o mínimo desarrollo está cegado en un proyecto de supervivencia a corto plazo. Allí está el derrotado Kyoto y ahora Copenhague, que en la publicidad del gobierno español nos descubren como “Hopenhague”.

No me he desviado de Venezuela. Es que deseo ser coherente y no sé si es posible.

Le dije a María ─la compañera de asiento─ que una vez que me marché del país no tenía derecho a expresarme “mal” de él. Y me pregunto si estoy incumpliendo mi norma. Defiendo el terruño, pero cuestiono a los que habitan y habitábamos en él. No me cansé del país, me fui porque no confío en la posibilidad de que en lo que me reste de vida la mayoría de los venezolanos cambien hacia una dirección más afortunada. Y no me refiero únicamente a Chávez; hablo de necesaria reflexión, no de efervescencia. Solo percibo espuma en las ideas, ofuscación, falta de acuerdo y… todo lo demás.

Los guías son sordos y perversos, pero no están ciegos. Por eso no los exculpo.

A mí solo me queda la palabra escrita. Así que aplicaré, cada vez que pueda, mi derecho al argumento. No renunciaré a él por pereza, como lo hice en alguna ocasión. Ese es mi proyecto de “año nuevo”, al menos en lo que a mi país de origen corresponde. También será el acto de coherencia que me exijo por pedir esperanza a los que no quieren o no pueden emigrar por cuidar la guarida, a los suyos, lo suyo: lo nuestro. Es mi única aportación por ser roedora huidiza, pero ante todo, como atribuye Eugenio Trías a Claude Levi-Strauss, porque reivindico mi paso “de la naturaleza a la cultura” y no quiero retrasar más el proceso. (http://www.abc.es/20091206/opinion-tercera/levi-strauss-fascinacion-incesto-20091206.html)


Mis secuencias (2): Los perros calientes del maracucho; Nuevo mercado de Chacao; Solo se construye en Chacao; El pabellón; La cuadra de Bolívar; Palmeral del Parque del Este; De mensajes también se vive; Rica chicha "con todo"; El pato está bravo; Av. Luis Roche, de paseo; Tasca sabia...