miércoles, 1 de enero de 2014

Dos literarios y una de diccionario


Chirbes

Durante los últimos meses he leído textos que me han interesado, a los que me acerqué voluntariamente. No había decidido leer a Alice Munro y el Nobel 2013 sirvió para alejarme de su desconocimiento. A veces me distancio, pero me siento muy cómoda con sus líneas, con lo que dice y con lo que deja caer. También se editó un hallazgo para quienes tenemos una relación más bien distante con Julio Cortázar. Sus clases magistrales en Berkeley me acercaron a un ciudadano trabajador, culto –cómo dudarlo–, pero sin aspavientos (que sí padecen sus fanáticos lectores),  y honesto, cualidades que me vinculan a parte de su trabajo (la literatura como trabajo) y esa necesidad de ir ganando terrenos en el campo de la escritura, que cree él no siempre logró.
Y también llegó a mí Desde la orilla, de Rafael Chirbes. Lo leí porque tenía buena crítica, pero sobre todo, porque habla de la región y de las gentes donde habito en la actualidad.
Y no es posible quedar indiferente. Desolador, sin concesiones y descarnado,  el autor deja al aire para la putrefacción aquello que le duele de los que sabe y conoce. No hay bondades ni héroes: ni el inmigrante ni el hipotecado ni el hijo ni el padre. Son-somos todos bastante miserables. Se puede ser mejor, pero no peor, y no obstante nadie pretende lo primero. Los «villanos» se tocan con los otros en la complicidad de permitir lo que aún continúa.
Chirbes me devolvió cuotas de «naturalismo» que no pienso olvidar, porque aquí vivo. Y solo le reclamo un ápice, que otros maestros de la novela pesimista y dura, como  Houellebecq, nos dejaron en algunos libros de su última etapa: podría darse un cambio que, como esa sensación que deja el aleteo de una mariposa, devuelva un mundo menos sucio. Es que está muy sucio.


Palabra más consultada

Escuché la otra mañana que la palabra más consultada en la web de la Real Academia española fue «cultura». Pero que, durante unos meses fue sustituida por otra  que conozco muy bien, porque su origen es venezolano. Pareciéndome curiosísimo, intuí que la razón de esa búsqueda tenía que ver con la política, en un país muy cansado de ella. Y sí, el extinto y aún no extinguido Hugo Chávez la empleó para referirse al contrincante electoral, Capriles, a quien se le ha dicho de todo, rescatando términos como ese, el más consultado: «majunche». No le voy a decir lo que significa, búsquelo si le parece. Solo le cuento lo que oí.

Cinco razones para evitar leer…

Quiero decirle ahora mismo que hay excelentes razones por las que no debería perder su tiempo leyendo Cincuenta sombras de Grey o cualquiera de sus secuelas.
1)   Literariamente es deleznable. La trama es básica, por supuesto, pero la forma es escasamente afortunada. No llega a los talones de otros libros exitosos y también ligeros como El diario de Bridget Jones, por ejemplo. Es malo, y no temamos al término –esa crítica se ha recibido alguna vez y es importante confrontarla–. Y cuando leemos un libro, «el cuento» puede ser más o menos entretenido, pero el sustrato, aquello que le da coherencia, belleza, en fin, carácter de literario, es la manera cómo se expresa.
2) Estereotipos. No hay variedad; el cambio de los personajes está marcado por unas vivencias que obviamente van a producir transformaciones (chica sensible y normal relacionada con un millonario-guapo-sádico). Es evidente que habrá cambios de actitudes y comportamientos, pero no se vislumbran pensamientos y acciones que dejen a los personajes evolucionar o no. Él vivirá un proceso de sensibilización que solo se aprecia, pero no lo conocemos. La chica es muy chica, y él es muy macho, y la amiga es protectora-alocada. Y todo lo que leemos son pensamientos ramplones centrados en la inmediatez de la experiencia que ella vive. Además, ambos son muy atractivos; todos parecen serlo. Aquí no se habla de logros basados en esas carreras universitarias que culminaron, no parece haber ideas profesionales.
3)  Sin sorpresas. Puede leer el inicio, un capítulo cualquiera y parte del final y se habrá enterado de todo sin mayores inconvenientes. Plano, lineal, no le acompañará en un autodescubrimiento, sino en unas imágenes que alcanzan momentos físicos álgidos, pero nada más. Como ver televisión.
4) Pierde su tiempo. Está bien que existan libros regulares o desafortunados, porque nos permiten ver la diferencia. Así que razone sobre el porqué leer un libro cuya historia se puede conocer en cinco minutos (revise los resúmenes en Internet), si no hay lugar a la imaginación, la búsqueda, al aprendizaje de lo que es evocado y no necesariamente aplastado con un lenguaje pueril en un texto.
5) Hay vida más allá de ese libro. Sé lo que es una intoxicación o congestión por malas lecturas. Alguna vez, cuando tengo gripe o malestar, compro una revista no precisamente informativa y me atosigo de imágenes y noticias que no tienen la menor trascendencia para mí. Me quedo dormida y al despertar tengo la sensación de haber vivido un sueño pesado. Así que, una vez sana, se limpian neuronas y se procede a la desintoxicación. Puede hacerlo también con Cincuenta sombras. Yo lo hice con el primer volumen y, confíe en mí, no me indigestaré más.

Pero… Después de lo anterior, algún lector que reivindica su libertad absoluta de lector dirá que lo leerá igualmente. Me parece bien, porque también lo hice y la lectura me sirvió para escribir esta nota.