Chirbes
Durante
los últimos meses he leído textos que me han interesado, a los que me acerqué
voluntariamente. No había decidido leer a Alice Munro y el Nobel 2013 sirvió
para alejarme de su desconocimiento. A veces me distancio, pero me siento muy
cómoda con sus líneas, con lo que dice y con lo que deja caer. También se editó
un hallazgo para quienes tenemos una relación más bien distante con Julio
Cortázar. Sus clases magistrales en Berkeley me acercaron a un ciudadano
trabajador, culto –cómo dudarlo–, pero sin aspavientos (que sí padecen sus fanáticos lectores), y
honesto, cualidades que me vinculan a parte de su trabajo (la literatura como
trabajo) y esa necesidad de ir ganando terrenos en el campo de la escritura,
que cree él no siempre logró.
Y
también llegó a mí Desde la orilla,
de Rafael Chirbes. Lo leí porque tenía buena crítica, pero sobre todo, porque
habla de la región y de las gentes donde habito en la actualidad.
Y no
es posible quedar indiferente. Desolador, sin concesiones y descarnado, el autor deja al aire para la putrefacción aquello
que le duele de los que sabe y conoce. No hay bondades ni héroes: ni el
inmigrante ni el hipotecado ni el hijo ni el padre. Son-somos todos bastante
miserables. Se puede ser mejor, pero no peor, y no obstante nadie pretende lo
primero. Los «villanos» se tocan con los otros en la complicidad de permitir lo
que aún continúa.
Chirbes
me devolvió cuotas de «naturalismo» que no pienso olvidar, porque aquí
vivo. Y solo le reclamo un ápice, que otros maestros de la novela pesimista y
dura, como Houellebecq, nos dejaron en algunos libros de su última
etapa: podría darse un cambio que, como esa sensación que deja el aleteo de una
mariposa, devuelva un mundo menos sucio. Es que está muy sucio.
Palabra más consultada
Escuché la otra mañana que la palabra más consultada en la web
de la Real Academia española fue «cultura». Pero que, durante unos meses
fue sustituida por otra que conozco muy bien, porque su origen es
venezolano. Pareciéndome curiosísimo, intuí que la razón de esa búsqueda tenía
que ver con la política, en un país muy cansado de ella. Y sí, el extinto y aún
no extinguido Hugo Chávez la empleó para referirse al contrincante electoral,
Capriles, a quien se le ha dicho de todo, rescatando términos como ese, el más
consultado: «majunche». No le voy a decir lo que significa, búsquelo si le
parece. Solo le cuento lo que oí.
Cinco
razones para evitar leer…
Quiero
decirle ahora mismo que hay excelentes razones por las que no debería perder su
tiempo leyendo Cincuenta sombras de Grey
o cualquiera de sus secuelas.
1)
Literariamente es deleznable. La trama es
básica, por supuesto, pero la forma es escasamente afortunada. No llega a los
talones de otros libros exitosos y también ligeros como El diario de Bridget Jones, por ejemplo. Es malo, y no temamos al
término –esa crítica se ha recibido alguna vez y es importante confrontarla–. Y
cuando leemos un libro, «el cuento» puede ser más o menos entretenido, pero
el sustrato, aquello que le da coherencia, belleza, en fin, carácter de
literario, es la manera cómo se expresa.
2) Estereotipos. No hay variedad; el cambio de los
personajes está marcado por unas vivencias que obviamente van a producir transformaciones
(chica sensible y normal relacionada con un millonario-guapo-sádico). Es evidente
que habrá cambios de actitudes y comportamientos, pero no se vislumbran
pensamientos y acciones que dejen a los personajes evolucionar o no. Él vivirá
un proceso de sensibilización que solo se aprecia, pero no lo conocemos. La
chica es muy chica, y él es muy macho, y la amiga es protectora-alocada. Y todo
lo que leemos son pensamientos ramplones centrados en la inmediatez de la
experiencia que ella vive. Además, ambos son muy atractivos; todos parecen
serlo. Aquí no se habla de logros basados en esas carreras universitarias que
culminaron, no parece haber ideas profesionales.
3) Sin sorpresas. Puede leer el inicio, un capítulo
cualquiera y parte del final y se habrá enterado de todo sin mayores
inconvenientes. Plano, lineal, no le acompañará en un autodescubrimiento, sino
en unas imágenes que alcanzan momentos físicos álgidos, pero nada más. Como ver
televisión.
4) Pierde su tiempo. Está bien que existan libros
regulares o desafortunados, porque nos permiten ver la diferencia. Así que
razone sobre el porqué leer un libro cuya historia se puede conocer en cinco
minutos (revise los resúmenes en Internet), si no hay lugar a la imaginación,
la búsqueda, al aprendizaje de lo que es evocado y no necesariamente aplastado
con un lenguaje pueril en un texto.
5) Hay vida más allá de ese libro. Sé lo que es una
intoxicación o congestión por malas lecturas. Alguna vez, cuando tengo gripe o
malestar, compro una revista no precisamente informativa y me atosigo de
imágenes y noticias que no tienen la menor trascendencia para mí. Me quedo
dormida y al despertar tengo la sensación de haber vivido un sueño pesado. Así
que, una vez sana, se limpian neuronas y se procede a la desintoxicación. Puede
hacerlo también con Cincuenta sombras.
Yo lo hice con el primer volumen y, confíe en mí, no me indigestaré más.
Pero…
Después de lo anterior, algún lector que reivindica su libertad absoluta de
lector dirá que lo leerá igualmente. Me parece bien, porque también lo hice y
la lectura me sirvió para escribir esta nota.