viernes, 20 de noviembre de 2009

"Vuelta a la patria"

Durante los últimos 18 días, desde que llegué a Caracas, he pensado de qué manera abordaría mi paso por estas semanas, o más bien las semanas que me van pasando.

Hay tópicos que pensé comentar y un sinfín de miradas que distraen al más equilibrado. Quise deleitarme en el humor o en la sin razón, pero, por un motivo que tengo claro, no puedo hacerlo: me duele.

Me duele que los que quiero vivan angustiados; que sea imposible el punto medio, la diversidad, la sensatez. Me entristece cada cruce peatonal irrespetado, “atropellado”; las horas muertas en los bancos, supermercados, organismos públicos; me matan los muertos de cada día, hora, minuto; los más de 1400 adolescentes asesinados este año, que me reveló mi querida ex profesora de Criminología. Me enerva la apatía general, la lentitud de lo cotidiano y nimio; las quejas de ahora y ya; la imposibilidad de sentarse en un solo banco público del centro de la ciudad, porque son los únicos lechos de los olvidados. Sí, me duelen los olvidados, en especial, los de este Gobierno que se jacta, desde que llegamos al aeropuerto, de recibirnos en un territorio liberado.

¿De qué se ha liberado Venezuela? ¡Alguien deberá decírmelo!

También me duele que algunos de los que aprecio me pregunten por qué causa Caracas me parece una ciudad bombardeada. Si no puedes ver a tu alrededor, amigo o amiga, sobran las explicaciones. Te invito al contraste: ¡sal de tu guarida por unos días!

La autosuficiencia, creerse el ombligo planetario, ya ha de ser justo purgatorio sécula seculórum.

Entre los recortes que los míos han guardado para estos días de la vuelta, hallé un artículo escrito por Ana Nuño que me pareció adecuado para expresar parte de lo que veo: http://exteriores.libertaddigital.com/cuarenta-y-un-dias-en-caracas-1276236218.html. Perdonen, por favor, si me amparo en un texto ajeno para decir mis cosas, pero es que lo que ella describe es lo sobreentendido, lo que conocemos y acatamos.

Además, me da tiempo. Y es que decidí creer en la otra perspectiva, en la de la “Vuelta a la Patria”, no en el sentido geográfico con el que siempre se ha estudiado el poema de Gerbasi, sino en el encuentro que se ha producido entre quien ha vivido fuera de su país de origen por más de dos años y se topa, no con lo que ya conocía y le condujo a la partida, sino con los fragmentos deliciosos que me van quedando impregnados en lo que seguramente debe ser el alma.

El primer día los loros y las guacamayas me despertaban, bullangueros, y yo corría a la ventana para ver las manchas rojas, azules y verdes de las seis de la mañana. Esa presunción de que a Sudamérica llegué, de que el brillo ciega y el aire matinal baña, es una presunción de inocencia. Sí, porque el ánimo que nos lastima de tantas ganas de vida debería ser la página en blanco en la que se escribe la historia diaria de este país. Debería.

Las otras jornadas, entre transportes públicos (llámense “carritos” o “camioneticas”) y metro saturado, sirvieron para concentrarme en lo mejor de los venezolanos. Y es que no pasaban diez segundos sin que una persona se levantara para ofrecer el puesto a mi madre o a cualquier mayor, mujer embarazada o discapacitado que apareciera. Y, como un extracto del mejor perfume, me quedo con este nuevo folio de un párrafo que debería culminar con “así son los venezolanos”. Debería.

Cada jugo de guayaba, guanábana, “tres en uno” (¡averígüenlo!), lechosa (papaya) o parchita (maracuyá) que bebo deja en mí la saciedad de lo encontrado. Es como si la vitalidad de la mañana se renovase con la pócima y quisiera beberme todo lo que intuyo, pero no puedo ver. Y debería...

¿Eso es todo?

No, hay más. Pero, ahora mismo, unos fuegos de artificio me retrotraen a Valencia y uno mis pensamientos  con los sueños de quien allí está.

Descansemos.