La
Poesía es, dicen, la máxima expresión literaria. Es un súmmum en el que los
átomos, es decir, las palabras que la conforman, se desprenden de protones y
neutrones y se quedan con el núcleo.
¡Es
tan difícil concentrar el estallido de verbos en versos: parcas líneas
inteligibles y a la vez sentidas!
El
texto escrito puede ser poético; una película también. Más difícil es apreciarlo
en el arte escultórico y pictórico. El lenguaje musical, como los anteriores,
tiene sus propios códigos; si son buenos ya es arte. La palabra que se escribe
y la que se dice es diversa en sus formas.
Una
obra como la de Terrence Malick tiene mucho de poética. En sus últimas
expresiones (mejor que “trabajos”), una voz se fragmenta en mil imágenes y ambas
se tornan correlatas. Hay una voz, hay palabras e imágenes que se unen y lo
hicieron por medio de la edición concentrada de un cerebro que grita por
expresar una idea anegada de sensibilidad.
Una insistente recomendación condujo las
lecturas a la voz de Chantal Maillard. Entre cada par de versos, es necesario
mirar fuera, para no cansarse demasiado; a veces, para no salir corriendo por el
monte, para no pretender apresar toda la arena de la playa de La Malvarrosa y guardarla
en un solo cubo de plástico.
Es
un perro que “…al paso acelerado/de un furtivo, abandona/la escena, el verso y
el poema”.1
Es
un mundo que se revuelve sobre sí mismo, donde no se es nadie frente a la
naturaleza y los demás. Estar fuera dentro de uno mismo:
Hay una
libertad primera:
la de estar
callado.
Y otra tal
vez más alta:
la de
permanecer muy quieto
escuchando
el murmullo de todo lo que vive.
Pero cuando
compruebo esa verdad tan simple
vienen
gentes y en coro
gritan que
les ofendo,
que no hay
mayor insulto que negarse
a compartir
el gesto y la palabra.
Yo les
contemplo, muero un poco,
y por respeto
a ti, Señor, sigo callando. 2
Y es
tan duro decidir leer poesía.
Es
tremendo concentrarse cuando todo indica que la dispersión salva del tedio.
Pero
esa algarabía es la verdadera muerte.
La
Poesía, la obra del autor, del cineasta, de la cabeza hecha dolor o felicidad,
que no puede decirse más que con el silencio, primero; la transmisión de ese
silencio, luego, por medio de unas pocas voces ricas, muy enjugadas, poderosas.
Unas
espigas grandes se mecen con el viento. Están rodeadas de esos gruesos árboles
que, con las salientes anchas del tronco, creen que les protegen.
Y
allí están ellos, con las nubes, el libro, la mosca pegajosa y el cariño
intacto y transformado, mirándose, mudos, solos, derrotados y colmados.
Así que el
aire, ¿dónde,
el aire? Ah,
sí, el aire, la mañana,
vivir, decía
algo, alguien
tal vez
decía, no sé. Las cigarras.
En otro tiempo, las cigarras. 3
1
Chantal Maillard. Matar a Platón, 4ª ed. Barcelona:
Tusquets, 2012.
2 ____________ . Hainuwele y otros pomeas.
Barcelona: Tusquets, 2009
3 ____________ . Hilos. Barcelona: Tusquets, 2007.