domingo, 8 de septiembre de 2013

Muy muerta, muy viva


La Poesía es, dicen, la máxima expresión literaria. Es un súmmum en el que los átomos, es decir, las palabras que la conforman, se desprenden de protones y neutrones y se quedan con el núcleo.

¡Es tan difícil concentrar el estallido de verbos en versos: parcas líneas inteligibles y a la vez sentidas!

El texto escrito puede ser poético; una película también. Más difícil es apreciarlo en el arte escultórico y pictórico. El lenguaje musical, como los anteriores, tiene sus propios códigos; si son buenos ya es arte. La palabra que se escribe y la que se dice es diversa en sus formas.  
Una obra como la de Terrence Malick tiene mucho de poética. En sus últimas expresiones (mejor que “trabajos”), una voz se fragmenta en mil imágenes y ambas se tornan correlatas. Hay una voz, hay palabras e imágenes que se unen y lo hicieron por medio de la edición concentrada de un cerebro que grita por expresar una idea anegada de  sensibilidad.

Una insistente recomendación condujo las lecturas a la voz de Chantal Maillard. Entre cada par de versos, es necesario mirar fuera, para no cansarse demasiado; a veces, para no salir corriendo por el monte, para no pretender apresar toda la  arena de la playa de La Malvarrosa y guardarla en un solo cubo de plástico.

Es un perro que “…al paso acelerado/de un furtivo, abandona/la escena, el verso y el poema”.1

Es un mundo que se revuelve sobre sí mismo, donde no se es nadie frente a la naturaleza y los demás. Estar fuera dentro de uno mismo:


Hay una libertad primera:
la de estar callado.
Y otra tal vez más alta:
la de permanecer muy quieto
escuchando el murmullo de todo lo que vive.
Pero cuando compruebo esa verdad tan simple
vienen gentes y en coro
gritan que les ofendo,
que no hay mayor insulto que negarse
a compartir el gesto y la palabra.
Yo les contemplo, muero un poco,
y por respeto a ti, Señor, sigo callando. 2


Y es tan duro decidir leer poesía.

Es tremendo concentrarse cuando todo indica que la dispersión salva del tedio.

Pero esa algarabía es la verdadera muerte.

La Poesía, la obra del autor, del cineasta, de la cabeza hecha dolor o felicidad, que no puede decirse más que con el silencio, primero; la transmisión de ese silencio, luego, por medio de unas pocas voces ricas, muy enjugadas, poderosas.

Unas espigas grandes se mecen con el viento. Están rodeadas de esos gruesos árboles que, con las salientes anchas del tronco, creen que les protegen.

Y allí están ellos, con las nubes, el libro, la mosca pegajosa y el cariño intacto y transformado, mirándose, mudos, solos, derrotados y colmados.

                                    Así que el aire, ¿dónde,
                                    el aire? Ah, sí, el aire, la mañana,
                                    vivir, decía algo, alguien
                                    tal vez decía, no sé. Las cigarras.
        En otro tiempo, las cigarras. 3   


1 Chantal Maillard. Matar a Platón, 4ª ed. Barcelona: Tusquets, 2012.
2 ____________ . Hainuwele y otros pomeas. Barcelona: Tusquets, 2009
3 ____________ . Hilos. Barcelona: Tusquets, 2007.