viernes, 31 de diciembre de 2010

Voz de galletita de jengibre

Esos bolígrafos que fallan, que hay que repasar, que no fluyen, se convierten en enemigos. Ya, a veces, estamos con el pensamiento un poco arenoso como para que además, uno de los instrumentos que ayudan a formatearlo se atasque a ratos. Y entonces, cuando estoy a punto de tirarlo, llegan a mí remordimientos.

¿Y si aún le queda un poco de tinta? ¿Y si se trata de unos cuantos movimientos arriba-abajo-arriba hasta que el flujo de su sangre se estabilice?

Ahora lo miro de reojo. Ha estado en ese estuche por ¿tres?, ¿cuatro años? ¡Y así le compenso! ¡Pero si es de propaganda! ¿Y qué, acaso no ha escrito firme y suavemente?, ¿no ha cumplido con creces su tarea?

Entonces vuelvo a pensármelo. Lo miro, me doy cuenta de que todos merecemos una oportunidad, que su valor se mide si sabe aprovecharla, no por su empaque.

He vuelto a guardarlo con los suyos. Escucho aplausos, luego, un resoplido inocente al que sigue la voz de galletita de jengibre del propio boli: “¡Me quiere!”.

Uff, qué compromiso. ¿Y si un día ambos descubriéramos que ya no alberga nada de tinta? Mejor no voy a emplearlo más, acaso, le sacaré de vez en cuando y, como si me hubiera olvidado lo que iba a hacer, lo miraré indiferente y girándolo entre el índice y el pulgar habré de llevarlo de nuevo a su armario. Le engañaré el resto de nuestras vidas…

¡Y yo que no quería hacer un cuento de Navidad!

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Me pregunto

-I-

…Desde hace meses, cuando leí uno de esos titulares que se quedan refractados en la memoria, acerca de la percepción que tienen los jóvenes contemporáneos, de que desarrollarán una existencia menos próspera que la de sus padres, me pregunto, digo, si los de mi generación también podemos incluirnos en esa estadística.

Ya no somos jóvenes, pero tampoco viejos; sin embargo, algunos tenemos la certeza de vivir un cuadro confuso a nuestro alrededor. Y la peor noticia para quienes creen en el Capitalismo a ultranza: los que no nos subimos antes al tren del sistema no tendremos la posibilidad de prosperar económicamente como lo hicieron nuestros padres y muchos de nuestros congéneres históricos. A eso, sumémosle otro titular que ha estado de moda: “Si no te has hecho rico antes de los 30 años será improbable que lo seas más adelante”.

Cuando los mayores que nos preceden generacionalmente comenzaron a producir y crear familias, el mundo occidental de siempre se reinventaba con dificultades, pero con paso firme, mientras que el occidental latinoamericano se forjaba. Allí todo estaba por hacer, y las oportunidades se generaban si seguías el modelo económico establecido que tan bien parecía ir en el Norte. Aun una mala copia podía ser rentable.

Y no hay que juzgarles: se hacía lo necesario para sobrevivir; se hacía lo que desde generaciones atrás no había podido lograrse: un espacio, y esta vez, con una percepción de igualdad y libertad que quizá no se materializaba desde los primeros tiempos de la colonización.

Supongamos que 10.000 parejas se multiplicaron por 100.000 jóvenes que empezaron a recibir educación universitaria. Somos la segunda o tercera generación que, desde los 60 y 70 emergimos con seguridad y un absoluto aburgesamiento clase media que crecía con dibujos animados made in USA. Los sesentosos que se dedicaron a la protesta fueron abatidos o terminaron marginados en pequeños mundos tóxicos, confundidos con malos políticos y delincuentes de la selva. Los que siguieron “el curso normal” de lo que se esperaba de nosotros, terminamos la carrera y muchos lograron subirse al pedestal por encima de sus padres. Son su orgullo, justo lo que querían. Casi todos se asocian con carreras científicas o empresariales: médicos con postgrados y másters en EE UU o Europa del Norte y economistas y administrativos que llegaron a la banca, al sector de las tecnologías o a las comunicaciones.

Ahora viven otro paraíso de clase media alta con aparatos de todo tipo, vacaciones Disney y algunas preocupaciones que no pasan de un ecologismo light, es decir, delimitado al punto en que no entorpezca la sensación de bienestar que crea la posesión de dos o tres coches por familia.

Los otros, ¿quiénes somos los otros? Los que una vez sistematizados empezamos a mirar afuera y no nos gustó reflejarnos en la sociedad feliz. Algunos se percataron temprano; otros lo hicimos tardíamente (tarde y temprano según los parámetros que miden el ritmo vital de esta época). Dejamos incluso “las mieles” de puestos sólidos y políticamente correctos y apostamos por derroteros que tampoco teníamos muy claros. Éramos buenos para mucho y eficaces para poco; algunos llegamos a creernos intelectuales, pero no teníamos ni la disciplina ni la capacidad de sacrificio que sí tuvieron, con menos oportunidades, las generaciones que nos precedieron.

Qué desastre. Nos apeamos del Mundo, pero solo seguíamos a Mafalda, que, como buen personaje, solo es eso, un gráfico. Es que ya estábamos etiquetados como una generación cómoda y bastante boba, y tanta necedad, mezclada con disquisiciones aderezadas por el alcohol y el cigarrito solo podían conducir al… limbo.

Y qué conste, no hablo de fracaso. Porque ahora estos otros que decidimos estar al margen hemos comenzado a reaprender, empezar de cero más uno y quizá, desde el trabajo que nos ubica en realidades más dolorosas, alguna que otra necesidad y contingencias varias, quizá desde allí, sí sea legítima la ironía, sea adecuada la crítica y mejor aún, las acciones que decidamos emprender con libertad de conciencia y no con el esbirro inaguantable del éxito que la sociedad de siempre nos prescribe.

Así que es un tránsito un poco más pesado, que no ha culminado para algunos, pero que podría ser emocionante. De todos modos, algunos papás, ¡benditos sean!, están allí atentos, no vaya a ser que nos golpeemos y hagamos pupa.

También corremos el peligro de que lleguemos al mismo destino de los exitosos: los aparatitos, la mascota chula, las vacaciones prefabricadas, las hipotecas heredables. Lo que sería por fin la meta soñada para quienes nos preceden, en nuestro caso, podría ser la imposición por fin que este Mundo agujereado por todos los frentes, medio ahogado, aún pretende erigir como meta definitiva.

En cualquier caso, my friend –me lo digo a mí misma–, para no ser tan jóvenes, algunos tenemos la suerte de sentirnos como los que sí: aprendices, siempre aprendices.


-II-

Un día después…

No, no me tranquiliza esta última idea. Siempre pienso en cuándo nos tocará pagar la indecisión, la vuelta atrás y los regates. ¡Cuándo!

Y aún, en este escrito, no he resuelto el problema crucial que se estarán haciendo algunos: ¿por qué, Ada, relacionas la vida que disfrutamos-pagamos con un destino nefasto? ¿Me estás despreciando, tú? ¿Qué propones como alternativa? ¿Me das un ejemplo de tu propuesta y acción?

No, no puedo proporcionártelo, lector; no lo he conseguido y llevo años driblando la esfera. Solo diré que no desearía verme reflejada en el orgullo que te produce tu estatus; en tu cara de satisfacción cuando ves a tus niños casi obesos pegados al ordenador última generación; ni en tu muestrario de propiedades; tu necesidad de marcas; la exhibición impúdica de tu carné partidista; tu ración de autoestima cuando diste los 20 céntimos que te sobraban a la mujer que te pidió comida en la calle; en tu inocencia al dejarte embaucar por el cuarto poder; tus compras “de Navidad”; las defensas apasionadas de un equipo deportivo; la obsesión por contar cada minuto de tu vida privada en Facebook; la inmensa pérdida de tiempo que supone perder tiempo…

Pero es difícil resistirse, porque nos rendimos, y, aunque intentamos distanciarnos, volvemos a caer. Así que no hay ejemplo, ni nada. Solo un grito, de nuevo munchiano, para justificar este “Me pregunto” de hoy, o más bien de ayer; para decir que algunos permanecemos en el limbo, mirando y flotando, a veces con intención de nado.

¿Me has entendido? Es solo una petición personal: la de evitar perder la mirada y, si es posible, empezar a hacer lo que cuesta y se debe hacer; sentir vergüenza por la ignorancia general, y, sobretodo, por ignorar.

http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/2010/vargas_llosa-lecture_sp.pdf