jueves, 4 de marzo de 2010

12 horas en Barcelona

No había regresado a Barcelona desde hace diez años. Solo fue una escala de doce horas para asistir a un curso en el que estábamos representantes de varias oficinas de España.

Algunos amigos, durante mi estancia en Caracas, me preguntaban detalles sobre la situación lingüística en España. Es decir, me preguntaban, con más asombro que conocimiento de causa, sobre la problemática de los idiomas en determinadas provincias españolas. 

Yo me negué a precisar el tema catalán porque, como aprendí durante una visita anterior a esa ciudad, es mejor opinar cuando se ha vivido la experiencia, o siempre acotar que "esto es lo que se dice", pero no me consta. 

Pero en doce horas viví un par de historias que solo referiré a título de ejemplo para estos amigos y que intentaré resumir sin juicios, al menos, en lo que respecta a la descripción en sí.

1.- Conversación durante la comida: dos señoras de oficinas catalanas comienzan a hablar en catalán entre ellas. Llego, y claro, soy la única castellano parlante de la trilogía. Siguen en catalán hasta que una de ellas se da cuenta de que no participo. —¿Eres de Valencia?, pregunta una de ellas. —Sí y no, —contesto. —Entonces entiendes perfectamente el catalán. —Pues no, pero me quedo con la idea. —¿Es que en Valencia no habláis valenciano? —Pues...sí, pero no es lo usual en las calles ni tampoco se me ha exigido nunca hablar valenciano en las empresas. —¡Qué pena que no viváis vuestra lengua día a día. —Ya, yo disfruto de mi lengua, esta que hablamos ahora, con total libertad. Resto de la conversación: en catalán. Debo decir, sin embargo, que durante la siguiente secuencia, estas señoras estaban dispuestas a perder parte de la explicación para intentar traducirme. Se agradece.

2.- Segunda parte del curso: la expositora inicia su charla en catalán y su jefe le solicita que hable "en castellano", pues tres o cuatro personas no entendemos ese idioma. Ata unas cuantas frases en perfecto español, pero a la primera pregunta que una oyente le hace en catalán ella contesta y prosigue el resto de la charla de la misma manera. Vuelve el jefe a pedirle que hable en castellano "porque luego ABC y COPE dirán que los catalanes no sabemos hablar castellano". Nada, impertérrita, continúa en sus trece. Mi tren salía en dos horas, pero entre no entender y aprovechar la última hora de la tarde para regocijarme con unos fragmentos de la ciudad, no tuve duda alguna. Despedirse amablemente es fácil.

Eso es todo. Solo quería referirle la experiencia a mis amigos preguntones. Sí, claro, otros me dirán: eso no es así en general, etc., etc. No importa. Ya no se trata de las lenguas ni de nacionalismos. Es que la libertad no consiste en imponer lo que antes se fustigó, sino en  contar con la suficiente y más amplia educación para lograr el consenso. Si para ello disponemos de un punto en común en el que haya el menor número de excluidos, mucho mejor. Mi punto en esta España de pedazos muy bienvenidos, mi punto, digo, es mi idioma. Y ojalá fuera tan lista como para aprender bien el gallego, el catalán, el vasco y todo, pero prioridad es prioridad y me parece que lograré más consenso con el inglés o con el chino o el alemán... 

Babel no es un mito. Alguien quiere construir otra vez la torre.