miércoles, 15 de septiembre de 2010

La culpa es de la fábula

Todas las mañanas, a la misma hora, la paloma se posa sobre el hierro oxidado del tendedero, y una y otra vez hala con su pico otro pequeño metal, anudado al anterior e indisoluble por el nudo de años, la herrumbre, el abandono.

Pero la paloma se empeña en horadar la resistencia y dedica idénticos minutos de cada día a su tarea.

Hoy, ya un poco cansada del ruido que genera su roce continuo, he decidido dialogar:
¿Te das cuenta de que es imposible que culmines tu trabajo? Ni en un millón de mañanas romperás ese hierro; ni en un millón de días lo convertirás en rama para tu nido.  Ni siquiera vivirás un millón de minutos. ¡Es un metal oxidado y endurecido! No estás ante paja, hilos o cabellos, tus elementos habituales. ¡Y no me hables de citas bíblicas o budistas sobre los granos de arena o tierra de montañas trasladados en palas, etc., etc.!

Ella movió su cabeza de izquierda a derecha, de arriba abajo, parpadeó y me dijo:
¿Qué sabes tú de nidos? ¿Y de madres? Mi acto se convertirá en atávico. Cada hija, y las hijas de sus hijas lo repetirán durante esos millones de minutos con los que nos sentencias. Algún día lo sacarán. Y, en ese momento, como el primate de Odisea 2001, seremos libres, destrozaremos una utopía para hallar otra.

Tuve que callarme y dejar de lado tanto pragmatismo. ¡Qué fastidio con estos animales sabiondos! ¡La culpa es de Esopo, la Fontaine y Samaniego!

1 comentario:

Inos dijo...

Creo que ésta era la paloma que tanto pánico le daba a Süskind, mira tú por donde...