domingo, 26 de septiembre de 2010

Libro de caras


Estoy en Gandía, frente al mar, y disfrutando de los últimos soles del verano, o mejor, de los primeros del otoño. De camino, leo un cartel en Burguer King, que pone “tómalos suavesitos”. Sé que los diminutivos no se dan bien ortográficamente ni a los hispanohablantes, pero el cartel es grande, brillante, llamativo…

Sigo. El mar, el viento, la arena fina, una bandera roja. Qué lejos están Facebook y sus galimatías. Sabré que no tengo aún síntomas de Alzheimer cuando logre distinguir a mis ex compañeras de Primaria, a las de Secundaria,  a los de Derecho, de Letras, a los ex alumnos míos y a los de mi madre, que también me escriben porque tenemos el mismo nombre.

Empiezo a reencontrarme con el pasado y me pregunto si es sano y natural. Porque, por algún motivo, eso que se llama la vida misma, hubo gente que se fue y otros nos quedamos, y hubo quienes salimos sin dejar rastro y sin derecho de réplica a los otros. O tal vez todos nos movimos de distintas maneras con la intención de no plasmar malas huellas.

¿Es este reencuentro normal? ¿Habría que haber dejado las cosas como estaban? No lo sé aún. También “lo natural” era la playa con sus palmeras y ahora hay edificios enormes y hamburgueserías enfrente. Y nadie parece incomodarse. Solo los nostálgicos.

Confieso que entré en Facebook hace tres semanas porque quería localizar a dos amigas que perdí por falta de llamadas, por acuerdos tácitos de no agresión. A una, casi la he encontrado. La otra, puede que continúe en Molfetta, aquel pueblo encantador frente a las costas del Adriático. Quizá allí no haga falta un libro de caras.

¿Mi sueño? Ver a los ojos de los que hemos reencontrado, frente a un helado, nuevos aromas por descubrir y ante una conversa más densa, con menos fotos planas y buenos o regulares recuerdos descritos, narrados y aderezados con los proyectos de vida que aún nos quedan.

Porque esta es, exactamente, la mitad de la vida.

Qué suavecito se escribe en la playa.

No hay comentarios: