domingo, 5 de julio de 2009

Vienen a mis recuerdos recientes

Hace unos días un hotel cercano a mi lugar de trabajo se encontraba rodeado de policías, quienes además pasaban espejos debajo de los vehículos e impedían el acceso regular hacia algunos de los edificios de la zona.

En el autobús una extrovertida mujer nos preguntaba a todos quién podría estar el hotel y después de conocer que se trataba de la Reina, se dejaba oír, como si la escena anterior le hubiera servido para ilustrar el discurso, harto escuchado y terriblemente gastado: ¿dónde está la policía cuando se le necesita?

Pero lo que parecía una queja casposa dejó paso al siguiente capítulo: la mujer nos enseñaba su cuello, en el que una gruesa hendidura no cicatrizada nos permitía colegir que le habían arrancado una prenda. –Sí, la cadenita que mi marido me regaló por los treinta años de matrimonio, que no es poco –según ella misma reflejaba, con un humor no exento de enojo, ignoro si por tantos años de contubernio o por el suceso en sí.

A mí me recorrió un ligero escalofrío. Siempre trato de no olvidarme de parte de los motivos que culminaron en el hartazgo de la sociedad insegura en la que fui viviendo. En los ochenta los robos y hurtos eran el hecho diario que cualquier conocido relataba como propio. Pero estos delitos dejaron paso a los homicidios, al crimen cruel, al ensañamiento, a la falta de escrúpulos. Se trataba de una violencia sostenida sobre necesidades de uso insatisfechas: ¿no me das tus zapatos Nike que usa Kevin, el de la banda de “Los comecoco”? Ay panita, te ……Y, en efecto, ¡bang! Adiós precoz por unos espantosos mamotretos que costaban el sueldo del mes de una familia marginada. Y así por el reloj, el celular, lo que se veía y lo que no.

Y aún ¡la gente se arriesgaba portando las tentaciones! Me dice una amiga que ahora la moda es lucir las BlackBerries. ¡Un pedazo de pedazos objeto de intercambio por la vida misma!

En fin, que quise decirle a la mujer del autobús que de esa manera empezamos nosotros, que no se descuiden, pues no se trata únicamente de una crisis económica, sino de valores, y eso sí vamos compartiéndolo, en particular con estos jóvenes que no prometen sino daño.

Pero no le dije nada. Pensé que si el ladrón parecía de otras tierras mi acento atraería ingratos comentarios de los que preferí resguardarme.

Intento con más desgracia que suerte convencer a mis conocidos de que la criminalidad en España está íntimamente relacionada con más variables que la mera presencia de inmigrantes. De seguir este camino, probablemente lo descubran por sí mismos. Lo lamentaré, y, si puedo, volveré a guarecerme.

¡Al ladrón!, ¡al ladrón!

1 comentario:

joseluisruiz dijo...

Estoy de acuerdo en el diagnóstico: lo que hoy sufrimos es una crisis de valores, pero que es anterior a la crisis. De hecho en España empezó a manifestarse precisamente en la época de fuerte crecimiento económico. Creo que pasamos demasiado deprisa de no tener nada a tenerlo todo (incluso lo que no tenemos pero aparentamos tener) y espero que si algo bueno sacamos de esta crisis sea la recuperación de lo "esencial" por delante de lo "banal", que ahora tanto nos seduce.