lunes, 22 de junio de 2009

Vacaciones

Este sábado, mientras recorría con gran placer la sede del Mercado Central de Valencia, descubrí que pasaría mis vacaciones de este año en muchos países del Mundo.

Me dirigí –al principio sin intención– hacia cada videocámara que encontré en los distintos pasillos que conectan el territorio de los cadáveres más hermosos que he visto en la vida: cerezas, vacas, albaricoques, corderos, melocotones, peces espada, peras, caballos, sandías, atunes, calabacines, avestruces, tomates, anguilas (perdón, estas vivían), lechugas y ya.

Así que, como si estuviera en una escena loca de Amelie, de Juno o de Happy, decidí cerrar los ojos y girar en medio de tanto color mientras decenas de flashes y el REC de las cámaras me iban trasladando a un montón de países que ya había perdido la ilusión de visitar: Alemania, Dinamarca, Japón, Reino Unido, Nueva Zelanda, Irlanda, Corea del Sur, Noruega, México y los que creía ver, entender, según las caras e idiomas de los parlantes. “Las peras y esa mujer”, “Los pasteles y ella”, “El jamón y la intrusa”, serían algunos de los títulos de fotos o vídeos que seguramente terminarán en la basura del ciberespacio, aunque antes pude colarme por las hendeduras que mi empeño permitió.

Un poco aturdida al abrir los ojos continué maravillada con la delicada transparencia de la cúpula del Mercado y con las gentes que lo miran todo con tanto gusto como yo, y redescubrí que un mileurista cuenta con miles de recodos que apaciguan los días de la memoria que le salvará.

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