domingo, 8 de mayo de 2011

Una menos

Hace unos días me enteré del cierre de una librería a la que ayudé a nacer: Estudios II. Siempre digo que algún cuento, el ciprés que creció torcido junto a la casa de mis abuelos y la librería Estudios, cuyos ropajes y primera alma se llenó de mis alientos, son algunas de las uñas que me construyen.

Tuvo una vida corta: poco más de una década. La fundó Carmelo Vilda y la ha mantenido Javier Remírez hasta la imposibilidad. Hace dos años, cuando visité la ciudad, me acerqué y la vi sin entrar. Pegué la cara al cristal, miré las mismas flores de madera que compré en El Hatillo y repasé las estanterías. Un par de minutos y me fui.

Creo que las librerías que cierran, sobre todo las últimas que se han ido tan dolorosa y prematuramente en Caracas, merecen un homenaje. He leído hace poco que en España se han cerrado unos 7000 librerías en los últimos años debido a esa cosa que seguimos llamando crisis. Pero se trata de realidades muy diversas. En España la industria del libro es un motor empresarial que ha servido durante años al engranaje que mueve un sector de la economía del país.  La crisis sí que ha motivado los cierres, pero también los miles de libros que pueden bajarse por Internet.

En Venezuela el sector del libro siempre ha estado maltrecho. Por eso, compararlo con el español no es certero. No acudiré al cliché de decir que "el venezolano no lee"; conocí un mundo de lectores que me ruborizaban por su pasión,  así que ese no es problema. En general, aun en las sociedades más avanzadas en desarrollo económico, la lectura sigue siendo minoritaria.

La política del actual Gobierno ha terminado de dar el golpe de gracia. Libros-milagro es lo que puede obtenerse en librerías caraqueñas. Las novedades tardan en llegar y los ejemplares son escasos. Los costes son altos (también en España, pero la clase media española activa laboralmente puede adquirir libros), y los trámites para lograr dólares que paguen las importaciones suelen crecer, como una bola de imposibles. Así que estos cierres son consecuencia directa de la dejadez y de la imposición burocrática. 

Quien no ha leído y no se ha formado en ese tipo de conocimiento no puede sentir afecto hacia tal espacio de vida. En realidad, podemos apenarnos por ese sector que rige los destinos del libro sin habérsele acercado jamás. Verá los libros como zapatos o teléfonos. No habrá excepciones fiscales. 

También es cierto que es muy fácil sospechar de un Gobierno cuyas autoridades aeroportuarias pueden retrasar un vuelo intercontinental porque determinado pasajero lleva muchos libros en su equipaje. "Señor, ¿por qué lleva tantos libros?".

Así que en Venezuela pasaremos del libro impreso al virtual sin que generaciones enteras hayan conocido el placer de pasar unas páginas mientras enriquecen sus miradas. Por supuesto, tampoco tengo esperanza de que esa generación se interese por el libro tecnológico.

Pronto, acaso en una década, las librerías serán una curiosidad. Claro, a menos que prevalezca el ingenio o la iniciativa de libreros, editoriales y autores. El soporte de los libros electrónicos se abaratará y el coste de cada "bajada" será simbólico, y habrá que encontrar sustitutos. Quizá las librerías se conviertan en una especie de "locutorios librescos", la figura del librero será un híbrido entre el hombre de letras y un bajante de libros, que seguirá asesorando y por el que el cliente continuará una fidelidad. 

Librerías que nos dicen adiós: que no se borren sus momentos, ni desaparezcan las sonrisas y dolores que nos dejaron sus letras compradas con esfuerzo, que los libreros se queden en un ágora solo para el gremio... Brindemos por Gutenberg y luego bebamos las cenizas.

http://www.elpais.com/articulo/madrid/Libreros/elpepuespmad/20110213elpmad_7/Tes

http://prodavinci.com/2011/04/25/las-librerias-final-de-temporada-por-andres-boersner/

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