lunes, 21 de diciembre de 2009

Sobre el azar y los azahares

Hoy recuerdo a mi abuela materna. Murió hace siete años, después de que me dejara peinarla y darle su compota (potito) de manzana. Me dijo que durante la noche un par de niños le habían avisado que vendrían a buscarla al día siguiente, y ella, que era toda bondad, decidió acompañarles.

Yo le quería y aún le quiero. Y me acuerdo de ella cuando veo algo hermoso que desearía disfrutáramos juntas. Esta noche, hace apenas un momento, molesta con el frío, he pensado en el aroma del azahar, en la próxima primavera, y me embargó esa nostálgica sensación.

También recordé que ella creía en el azar. Aunque era católica y ejercía como tal, en realidad, practicaba el sincretismo religioso, tan propio de esa cultura en la que las creencias se amalgaman y generan costumbres, recuerdos, visiones, experiencia, literatura (¡pregúntenle a García Márquez!); para mí, riqueza, de la pura, mucho más intensa y noble que la proveniente de lo contante y sonante.

Pero lo que cuenta para muchos es que mañana las 85.000 bolas de la lotería comenzarán a bailar. Puro azar, no suerte. Se cree en la suerte, como originaria del azar, pero es exactamente al revés. La suerte se atribuye cuando el azar aparece. No es un golpe, ni un don; no es nada. Sobre esa nada centramos expectativas y próximas desilusiones.

Mi abuela creía, creía en todo, ¡fantástico! En Dios, en la suerte, en José Gregorio, en el azar, en la vida, en la muerte, en el más allá, en los niños, y hasta en mí.

Qué bueno sería creer y creérselo todo. Ingenuos y sabios. Maravillosos. ¡Música, azahares, pasteles y agua fresca! ¡Por ti!

1 comentario:

Inos dijo...

¡Por el práctico determinismo del azar! ¡Salud!