domingo, 30 de agosto de 2009

Malos consejos

Hace unos días llamé al número de mi anterior trabajo, allende los mares, más bien el Océano. Quería felicitar por unos cumpleaños y recordar las voces y el cariño de algunos de mis compañeros.

Recuerdo que, entre otros, conversé brevemente con Marco, un compañero agradable, estupendo escucha y de esa gente que consideramos buena y capaz de ayudar sin cuestionarse los porqués.

Me decía Marco que lamentablemente, como de costumbre, uno o dos elementos en la oficina entorpecen el buen ambiente, por medio de respuestas altisonantes, intrigas, chismorreo y lo que recuerdo bien, unas ganas urgentes de salir corriendo cada vez que se tiene contacto con algún rasgo de mal humor por parte de esos seres.

Así que, sin pensármelo mucho, se me ocurrió darle a Marco un consejo: “Haz como aquí. La gente no viene a su trabajo a hacer amigos. Hay buen ambiente o no, pero se es compañero y ya. Una vez cumplido con tu horario (ni un minuto más) te marchas a lo que consideras tu vida real”.

Cuando salía del locutorio (soy casi mileurista, nada de teléfono en casa), comencé a cuestionarme mi comentario. Mal, mal. Sí que tengo buen ambiente en mi lugar de trabajo: solo somos tres personas a diario, o cinco cuando dos de ellas regresen de sus respectivos permisos por maternidad. Una de mis compañeras es una chica generosa, agradable y humana al cien por cien. Me ha ayudado en variedad de situaciones. El otro es un hombre pacífico, algo tímido, franco y además, mi jefe. En el otro sitio donde estuve también conocí a algunos compañeros solidarios y trabajadores de primera. Y tras el Atlántico, dejé a amigos, están esas personas a las que siempre he querido y querré. ¿Por qué si no llamaría solo para reconfortarme con sus voces?

Pues bien, Marco, que nada, que te he mentido para darte un consuelo rápido. El empleo es parte de nuestras vidas. Es también vida personal, porque no concibo un espacio de trabajo donde no pueda intercambiar ideas, comentarios y sueños con los compañeros que permitan esa reciprocidad. Porque no sería posible vivir mejor sin intentar que tus buenos compañeros se conviertan alguna vez en amigos. Y la red amistosa que vas atesorando en cada empleo es el mejor estímulo para volver cada mañana. Aunque no ganes bien, aunque tu actividad no tenga la menor relación con las expectativas profesionales.

Así que olvídate de mis malos consejos. Toma lo mejor de cada sitio. Y, lo que siempre sostuve: hay que hacer frente común contra el daño.

Es cierto que acá ─supongo que en toda Europa, aun a riesgo de generalizar─ se piensa con sentido práctico a la hora de tocar ese tema. Yo prefiero mantener mi trozo sensible intacto. Nutre, anima.

Quizá dentro de un mes la crisis me obligue a despedirme de estos nuevos amigos. Pero seguiré llamándoles o visitándoles, de ser posible. Porque cada espacio de nuestra vida estampa una huella en otros y en nosotros mismos. Y no me sentiría bien si la dejara borrarse.

No hay comentarios: