lunes, 15 de junio de 2009

El primer día

Esa única mañana en el piso en el que por primera vez se duerme deja una grata sensación que va desapareciendo de la memoria. Por unos minutos, es posible que el alto coste del alquiler o las condiciones del espacio que al principio nos hicieron dudar sobre ocuparlo o no queden de lado, pues se entra en una fase de optimismo en el que las expresiones “lo lograremos”, “cada día es una lucha”, “el sol sale para todos” son clichés resabiados que se repiten con cierta ilusión.

La sensación descrita sigue desvaneciéndose con resistencia de mi parte con el transcurso de los días. La humedad, propia de la región, se cuela por cada uno de los poros de las paredes, pero, como dice la vecina, lo que es malo para el pulmón es buenísimo para el reuma. Cuando llueve, un par de gotas asoman y discurren ligeras desde la terraza hasta la cocina, con el consiguiente tobo tercermundista que resuelve el problema; desplegar las cortinas deshilachadas obliga a patentar manualidades; el sofá de asientos carcomidos nos enseña a equilibrar el cuerpo para “una mejor caída”; el aserrín que va desprendiéndose del mueble de formica alimenta nuevas vidas minúsculas…

También es posible obviar por momentos las insólitas condiciones de alquiler a las que se ven obligados a convenir los inquilinos con los propietarios. Puede afirmarse con ingenua seguridad que si no se produjeran tantos agravios a la propiedad, si quince o cuarenta no transformaran un piso de dos habitaciones en hotel rancio, si se cumplieran los plazos de pago de manera constante, o la palabra “deuda” en los casos del agua o de la electricidad brillara por su ausencia, insisto, puede asegurarse que los propietarios y las inmobiliarias que les asesoran harían prevalecer la Ley y el justiprecio sobre cualquier medida que deben tomar a la fuerza. ¿Ese es el argumento? Muy bien, confiemos en que tal sería el patrón a seguir.

Y podemos también sacudirnos de ese recuerdo amargo-engaño descarado de aquel par de inmobiliarias que ofrecen pisazos a 500 euros, exigen visitar sus oficinas, pagar una comisión de servicios para gestionar las visitas y descubrir con tristeza mal fingida que el chollo se alquiló, ¿todos?: “Oh sí, qué pena, pero quedan los pisos de 800 euros”.

No importa ahora, viva olvidar, viva el carpe diem, hay un hogarcito de promesas y realidades que deben coexistir hasta el siguiente logro de metas. Esa es la ventaja de ser un mileurista: conducirse poco a poco, como los padres, como los abuelitos.

Espera, espera un momento… ¿cuánto tiempo demoraré hasta llegar al siguiente paso, esto es, la hipoteca?



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