sábado, 25 de agosto de 2007

Y en el camino, aquello que se quedó por puro sentimiento

Nocturnal

Hay noches como esta, sin luna visible, en las cuales el cielo y la montaña se confunden en un espesor negro, inexpugnable con sus astros inmóviles y nubes colosales. De vez en cuando un fuego pequeño zigzaguea por los caminos del Ávila en un ir y venir de resplandores que quieren llegar al cielo; simples luces de autos llevados por el deseo de quienes escapan del valle.

Desde mi balcón que abarca un fragmento de las tres Caracas: un trozo de la pobre, otro de la media y un reducto de la rica, comienzo a imaginar a las gentes tras sus ventanas, con los reflejos de los televisores apagándose y encendiéndose simultáneamente en cada edificio. Y me pregunto si están en paz o en guerra, o si sus vidas se pasean por tales alternativas sin otro deseo que el de superar un día y el siguiente frente a la pantalla que les entrega un mundo resuelto o que otros habrán de resolver.

Cuando estoy en paz sólo miro a los de la calle seguir la rutina; las parejas retrasando su llegada para darse un beso más largo, el recogelatas adelantándose al camión de la basura y el perro libre de bullicio que explora, tranquilo, pese al hambre.

Existen otras noches, tal vez de guerra, cuando una luz baña la piel hiriendo con cariño mis ojos ya cerrados. Es la luna naranja de ciertos meses la que despierta colándose entre las persianas, e invita a acompañarla en y desde la noche para mirar junto a ella, acaso para escucharnos mientras lloramos enfurecidos por nuestras cosas.

Pero hay algunas en las que me canso de ver. Quisiera, sólo una vez, bajar y quedarme un rato en la calle, sola, sintiendo la lluvia, como la de ahora, mojando esta cara y este cuerpo, entre el miedo y la alegría de estar en el espacio y tiempo de los locos.

Abajo, hoy, dos hombres caminan presurosos. Los perros ladran y los gatos gritan en su celo; un animalito de la noche emite un sonido indescriptible. El escándalo de los muchachos de la zona se perdió temprano aún antes de las cervezas de rigor y una mujer lleva en medio de empujones a un niño quejoso y triste a un peculiar paseo nocturno y lúgubre...

¿No es esa toda una vida por descubrir y armar?, ¿por qué entonces sólo debe mirarse desde un balcón de helechos y mandrágoras?

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