viernes, 31 de diciembre de 2010

Voz de galletita de jengibre

Esos bolígrafos que fallan, que hay que repasar, que no fluyen, se convierten en enemigos. Ya, a veces, estamos con el pensamiento un poco arenoso como para que además, uno de los instrumentos que ayudan a formatearlo se atasque a ratos. Y entonces, cuando estoy a punto de tirarlo, llegan a mí remordimientos.

¿Y si aún le queda un poco de tinta? ¿Y si se trata de unos cuantos movimientos arriba-abajo-arriba hasta que el flujo de su sangre se estabilice?

Ahora lo miro de reojo. Ha estado en ese estuche por ¿tres?, ¿cuatro años? ¡Y así le compenso! ¡Pero si es de propaganda! ¿Y qué, acaso no ha escrito firme y suavemente?, ¿no ha cumplido con creces su tarea?

Entonces vuelvo a pensármelo. Lo miro, me doy cuenta de que todos merecemos una oportunidad, que su valor se mide si sabe aprovecharla, no por su empaque.

He vuelto a guardarlo con los suyos. Escucho aplausos, luego, un resoplido inocente al que sigue la voz de galletita de jengibre del propio boli: “¡Me quiere!”.

Uff, qué compromiso. ¿Y si un día ambos descubriéramos que ya no alberga nada de tinta? Mejor no voy a emplearlo más, acaso, le sacaré de vez en cuando y, como si me hubiera olvidado lo que iba a hacer, lo miraré indiferente y girándolo entre el índice y el pulgar habré de llevarlo de nuevo a su armario. Le engañaré el resto de nuestras vidas…

¡Y yo que no quería hacer un cuento de Navidad!

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