No
sé si por escapar de la censura de la época, pero Carson McCullers colocó en la
voz de un personaje iracundo y, entre loco y perdido por la ebriedad, algunas
de las palabras más sabias de El cazador
es un corazón solitario. Traje esta obra conmigo y de vez en cuando la
reviso, porque aún, afortunadamente para mí, no pierde vigencia o interés, como
con tristeza descubro con otros libros que me fascinaron y ahora no me dicen
tanto, por no decir que nada.
Pues
bien, a falta de mejores ideas propias, suscribo las palabras de Jake, el
iracundo y entre loco y perdido por la ebriedad:
…Luchaban para que este pudiera
ser un país donde todos los hombres fueran libres e iguales. ¡Ah! Y eso quería
decir que todo hombre era igual a los ojos de la Naturaleza: con iguales
posibilidades. Esto no quería decir que el veinte por ciento de la gente fuera
libre de robar al otro ochenta por ciento restante sus medios de vida. Esto no
quería decir que un rico hiciera sudar sangre a otros diez mil pobres para
poder enriquecerse más. Esto no quería decir que los tiranos tuvieran libertad
de llevar a este país a una situación en la que millones de personas están
dispuestas a hacer lo que sea —engañar,
mentir o lo que sea—
con tal de trabajar por cuatro cuartos. Han convertido la palabra libertad en
una blasfemia. ¿Me oye usted? Han logrado que la palabra libertad apeste como
una mofeta para todo aquel que sabe.
Porque
este personaje cree que el conocimiento nos hace libres, y cuando habla de los
que saben se refiere a aquellos que aprendieron a pensar por sí mismos.
…Volverse loco no sirve de
nada. Nada de lo que podamos hacer sirve de nada. Así es como me parece a mí.
Todo lo que podemos hacer es ir por ahí diciendo la verdad. Y en cuanto haya
bastantes ignorantes que hayan aprendido la verdad entonces ya no tendrá
sentido pelear. Lo único que podemos hacer es dejar que sepan. Es todo lo que
hace falta. ¿Pero cómo? ¿Eh?
Luego
Jake cae al suelo, presa de un ataque etílico, hasta el día siguiente, cuando
vuelve a la rutina del trabajo en un parque de atracciones de pueblo, para
empujar a la gente, cosa que se le daba bastante bien.
Después
de releer los textos caigo en cuenta de que unas palabras dirigidas a los lectores
estadounidenses de 1940 tienen absoluta vigencia en los dos países en los que
he vivido, tras setenta años, más de dos generaciones incluidas.
Porque
los cambios más profundos, esos que originan movilizaciones de pensamiento, son
lentísimos, tanto, que a algunos se nos hacen insoportables, soporíferos.
¿Hay
que hacer equipajes y trasladar los libros en cajas nuevas otra vez?
Admiro
a los que siguen buscando, a quienes saben que están solos y, pese a ello,
esperan hallar a quienes saben o a quienes más saben, y desde ahí… expandirse,
transmitir y morir con la misión cumplida.
«¿Pero
cómo? ¿Eh?».
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