Cuando Helena decidió levantarse de su silla y marcharse
para siempre de un empleo en el que se sentía fuera de sitio y definitivamente
harta, la tercera o cuarta cosa que hizo fue coger su bolsa de sugus y
dejármela.
El hecho me conmovió, pues desde hacía pocas semanas, cada
vez que me veía agobiada por algún entuerto laboral, ella sacaba un trío de
caramelos y me los dejaba sin pestañear.
Y cuando esto ocurría, recordaba a Pili, mi querida Pili, a
quien por vez primera, también en la oficina, pero de Caracas, oí hablar de los
sugus. Yo no sabía que esa marca
respondía a los cuadrados perfectos envueltos en un papel que concentra aromas
y sabores artificiales de naranja, fresa o piña, entre otros, que no importa
recordar, pues el detalle no está en sus diferencias, sino en el concepto. Pero
cuando Pili me regaló sugus de los
que había comprado para su nieto, supe de lo que hablábamos.
Surgió así la evocación mediante la delicadeza de las frunas, aquellas frunas, las de forma de
ladrillo y delicados colores, también envueltas en un papel encerado blanco,
con una cubierta que ahora mismo recuerdo azul y amarilla. Las frunas fueron la
golosina de mi temprana infancia y como esta, se esfumaron; sin embargo, de vez
en cuando me preguntaba: ¿dónde está?
Así que la generosidad de una amiga y de una compañera de
trabajo me devolvieron una textura y un sabor únicos, idealizados como los
primeros amores y ahora reaparecidos en mi historia actual, esa que se alimenta
de detalles y breves cotidianidades.
La fruna era del tamaño adecuado, por eso, los sugus deben
ir de dos en dos o de dos más uno, solo para terminar de morder lo justo y
lograr que la pasta se separe de encías y dentadura con la facilidad con la
cual solamente puede hacerlo un sugus-fruna. Ahora mismo no quiero saber si hay
conservantes y colores artificiales en ellos; o sí… En ese caso, los
extinguiría de mi presente y solo
quedarían en la memoria, ejemplificando la consabida frase de que se fue más
feliz cuando las reflexiones aún no anidaban en nuestras preguntas.
1 comentario:
Cada memoria guarda sus magdalenas... es decir... sus Frunas.
Me encantaban los de piña, siempre con mi acostumbrado gusto por lo cítrico.
Aunque no puedo evitar reflexionar con cierta tristeza que, desde los años de mi infancia, ya nadie parezca recordar las Papitas Mexicanas.
Igual se olvidan ciertos rostros, ciertas circunstancias... Aunque siempre queden Frunas pegadas al paladar de la memoria.
Saludos golosos y retrospectivos.
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