domingo, 16 de septiembre de 2012

Sobre algunos «ismos»


Hay algunos «ismos» que inquietan. Los nacionalismos, cualesquiera que sean (de regiones o países), son avasalladores y calan en mentes agobiadas, que se someten a ideas, o al menos a una, para dejar de pensar en sus rutinas y rendirse a los pensamientos de otros.

Por eso, en los pueblos son tan bien recibidos. Cada vez que aparece un «Yo soy español, español, español…», «Venezuela es lo mejor», «Galicia para los gallegos», las sonrisas desaparecen, las simpatías se aquietan, los temores salen a flote. Y en ocasiones, cuando las emociones se enardecen, es preferible huir, apartarse de esas manifestaciones, no vaya a ser que se produzcan arrollamientos, expresiones fuera de lugar, esas cosas que nunca deben decirse y que se dicen, y tanto.

Esta mañana, frente al amanecer en la playa, un cerebro pensó que en cada sitio se vería de una manera diferente, pero que se trata del mismo sol, y de distintas perspectivas que, unidas, como si de una pantalla de 360 grados se tratara, constituiría una visión completa y perfecta que solo se puede perfeccionar y completar en la mente de cada ser que en ese momento u ocho horas antes/después estuviera apreciando el amanecer desde cualquier punto del Mundo.

La educación es el único instrumento que permite completar la perspectiva. Y una  educación en y para la diversidad debería ser la obsesión de todos los gobiernos, de todos los que realmente pretenden servir o tienen vocación para ayudar a sus pueblos. Es la única manera de prever las distintas tonalidades que en cada sitio estaría coloreando ese amanecer. Y de esculpir la inteligencia mientras se proyecta en la memoria.

Es cierto que, justamente, son las burguesías más acaudaladas y por lo tanto, con la «mejor» educación de cada época, las que propician los nacionalismos. Pero se trata de minorías muy interesadas en perpetuar sus poderes e incluso, sus propias frustraciones. Privilegiados que no se rebelaron contra su propia alienación.

Los nacionalismos son ideales para manejar a las masas, distraerlas de posibles sublevaciones o generar otras, convertirlas a sus propósitos. Pero si la educación llega a más y más gente, también habrá individuos capaces en cada sociedad para descubrir las manipulaciones; habrá más perspicaces que las reconozcan, reorienten y transformen en discursos sólidos y menos individualistas. Personas, y no solo gente, seres que se sepan humanos, ni españoles, ni venezolanos, ni de izquierdas ni de derechas, ni del Barça ni del Madrid, al menos, no a ultranza. Humanos, solamente humanos. Y pensantes.

Hace años, durante una caminata dominguera, un periodista alemán, huido a las Américas porque no podía soportar el historial de su país, el que su abuelo haya levantado la mano en favor de un ismo, preguntaba a una chica a la que recién conocía sobre sus antecedentes:
—¿Qué eres?
—Persona —respondió ella.

Y él se quedó pensando en que no había aprendido nada, que esperar respuestas como «escritora de éxito», «doctora en ciencias de no sé qué», «abogada con futuro», le hacía sentirse estúpido. Y que su abuelo, identificado en aquel «ismo», se repetía en él, quien también anhelaba etiquetas, posiciones políticas, ideológicas, sentencias. ¿Para qué? Porque era cómodo. Porque en el fondo esperaba un «ismo» rebatible o adaptable y siempre, siempre, «antiburgués». Justo el más elitista y segregacionista de todos los pensamientos.

Vivan los «ismos» culturales, como puntales de conocimiento; los que se quedaron en la Historia, como proceso que apalancó la civilización, meros objetos de estudio. Adiós a los que nos separan unos de otros, a los que pretenden diferenciarnos sin explicarnos de qué y el porqué.

¡Te están usando, muchacho! Aprende a reconocerte, por favor. No dejes que Maquiavelo te entrene (eso sí, léelo y conócelo bien).