viernes, 6 de abril de 2012

La opción ‘a’: medida de estos tiempos


En una ocasión quise optar al puesto de correctora en una editorial madrileña. Era uno de esos puestos que ofrecen las páginas de empleo en la red. Para poder completar el registro había que rellenar un formulario. Sospecho que fue la primera pregunta la que impidió traspasar las fronteras: «¿Cómo actúa cuando va por la calle y casualmente observa un error ortográfico?: a) No puedo dejar de pensar en ello; b) Lo miro, lo corrijo mentalmente y pienso que no puedo hacer nada más; c) Considero que no es mi problema y me olvido del asunto».

Como últimamente, no sin esfuerzo, intento encontrar un punto intermedio y equilibrado de la vida, pensé que la respuesta más coherente con la realidad de mis tiempos era la ‘b’. Si marcaba la ‘a’ hubiera quedado como una obsesiva compulsiva que, desde luego, no consideraba pudiera interesar a un posible empleador, por todas las consecuencias que una persona con este comportamiento puede generar en un ambiente laboral, para mal, suponía yo.

Si, por el contrario, marcaba la ‘c’, me hubiera manifestado como una correctora indiferente, «pasota», con poco interés e incluso desdén hacia una faena que se supone debería más que agradarme si pretendía dedicarme a ella profesionalmente.

Así que una corrección mental que tranquilizara mi inquietud excluiría a una loca correctora de tildes, zetas y uves colgada de carteles y adherida a lienzos y paredes con un tippex gigante, lo que me pareció razonable y propio de un buen hacer, muy profesional y apetecible para una empresa de las características que suponía.

Aun así, no pasé esa primera criba y me quedé pensando en los porqués, eso sí, sin obsesiones, que esa era la consigna.

Hace unos meses, esta vez en una entrevista personal, cierto editor me dejó un material para su revisión. Me dijo que era un trabajo urgente y que entendía que los correctores éramos seres «obsesivos y compulsivos», que pretendíamos llegar hasta el último detalle, pero que esa vez no me lo tomara tan en serio, por favor, por favor.

Entonces lo comprendí: lo que puede ser un hándicap para una actividad es, sin embargo, una virtud en otra. Parece que en el gremio es de todos sabido que la opción ‘a’ era la correcta.

Y otro ajuste de tuerca: no solamente en la actividad del corrector. También he entendido que quieren que vendas como si se te fuera la vida en ello; que manipules, exijas, grites, que obtengas sobre cualquier pretexto lo que deba hacerse. Porque si no, lo que se te irá es el trabajo, y sí, eso que venimos denominando «sistema» sentencia que también perderás la vida en ello. Así que, gnomos del tiempo, devuélvanme a unos meses atrás, que tengo que contestar un test y decir que necesito ser una correctora obsesionada para que me den ese puesto en la editorial de Madrid. Es que ahora esa es la medida de la competencia y de la profesionalidad.