lunes, 25 de abril de 2011

Posible

Es posible que sí se esté generando ese cambio  que algunos anuncian. Vengo buscando las señales y claro, es complicado verlas. Pero hay sonidos y golpes de tecla que visionarios, idealistas y soñadores proclaman desde hace mucho, a quienes se les ha tildado de locos, hippies, extravagantes. 

En algunos países se empieza a gestar un interés por el regreso, ¿a dónde, a qué? A las raíces, a los entramados naturales que se cumplían y se cambiaron y que ahora, desde la consciencia, parece que no debieron talarse, sino adaptar a la  vida, aun a la vida del vértigo. Me parece curioso que muchas de estas claves de cambio provengan de la manera más básica del vivir: la alimentación, por ejemplo. Leo un Manifiesto para la nueva cocina nórdica, creado por Claus Meyer, uno de los fundadores de Noma, el restaurante danés que empieza a sonar después de haber acabado con la hegemonía de El Bulli (que cumplió una etapa seria y nada discutible). Allí se habla de un cambio, de aprovechar los elementos naturales, los de cada región, los de las estaciones, sin cerrarse a las buenas influencias foráneas, pero con la finalidad de rescatar lo mejor de cada tiempo y espacio, no con un ánimo fundamentalista ni de preservación de esa estupidez que se llama «lo propio», sino como una manera funcional y certera de propiciar una relación óptima entre  las comunidades y sus orígenes, las características de sus tierras, sus productos y su salud. Ver lo que te rodea y vivir de lo que te rodea.

Ya lo ha intentado con menos filosofía, pero con mucha pasión, Jamie Oliver, un británico que con su «cocina revolucionaria» ha molestado espejeando las sociedades gordinflonas y poco saludables: http://www.jamieoliver.com/foundation/jamies-food-revolution.

En España he observado con agrado como ferias que preservan los valores de la ecología (Biocultura, por ejemplo) tienen un mayor número de adeptos. Los movimientos como slow food, las sociedades y fundaciones que rescatan los valores de las dietas y la preservación de productos naturales y orgánicos, la enseñanza de valores nutricionales a los niños, en fin, que nos devuelven al origen de lo que no debimos hacer desde los setenta hasta nuestros días, representan parte de un cambio que serpentea por estos caminos, pero que se vienen asomando con gran fuerza por otros.

Alain de Botton es un pensador suizo que ha creado la Universidad de la Vida (también, en la Universidad de Copenhague hay una Facultad de Ciencias de la Vida). Escuchándole, me acordé de otra cabeza que conocí hace años, la de Luis Alberto Machado, quien, con La revolución de la inteligencia puso en marcha un movimiento que desencadenó en buenas ideas  y cambios no muy bien entendidos en la Venezuela de los casi ochenta, tan centrada en aquel viernes negro, que le hizo pensar en que los viajes a Miami y el hiperconsumismo no podrían dejar paso a tanta tragedia, como, por ejemplo, entender los usos de la inteligencia. La inteligencia era una tragedia entonces. 

En fin, que empiezo a ver algunas luces a los cuarenta años, en plena crisis, en medio del desempleo y un país que se acostumbró a tenerlo y exigirlo todo... Pero, por alguna razón, entre tanto paraje maltrecho, me gusta lo que veo.

Claro, escucho en los informativos que McDonalds oferta 50 000 puestos de empleo que ya casi se han cubierto en un día. La noticia se celebra y complace, porque, como dice una de las recién contratadas, «haría cualquier cosa por mantener a mis dos hijos». Muy de vez en cuando como una hamburguesa allí, pero ahora sé lo que decido introducir en mis arterias, hígado y riñones. Y cada vez me produce más tristeza haber caído en la trampa. No creo en la perversidad de la creación, sino en la que ha mantenido esto y nos convence de sus bondades. Pero, sabiéndolo, los perversos somos nosotros.

Me parece que hay un movimiento que, a través de algo tan elemental como lo que introducimos a nuestro organismo, empieza a concienciarnos por caminos más genuinos, y que, a lo mejor, nos rescata de hábitos de vida que se dispersaron en teneres, haberes, no en seres. 

Si de allí nos hacemos más inteligentes, concienciados con la vida, con nuestra aptitud para ejercer nuestra carrera de humanos, ufff, qué maravilla.

sábado, 2 de abril de 2011

Acaba de pasar

Acaba de pasar Hemingway. En esta tarde de sábado, en la que no pasa nadie, Hemingway mira como él sabe y puede y se marcha con la pipa entre los labios.

También se va Zapatero…

A Gadafi no lo sacan, si es que aún está. El petróleo manda. No tengo la menor des-esperanza de que algo así ocurra en Venezuela.

Como estoy nostálgica y cuando esto ocurre solo los malos pensamientos se retuercen entre mis neuronas, como ánimas en pena,  me resulta inevitable pensar en los viejos retratos. Chávez y sus acompañantes harán historia en los museos no revolucionarios: aquí, con Saddam Hussein de chofer, de camino a su particular infierno; en esta otra, con Robert Mugabe, abrazos, aspavientos, cenizas; más allá, con Muamar el Gadafi de manitas y mostrando encías, tragedia: la que estaba y la del porvenir. No me olvido de otras bellas imágenes que adornan mis recuerdos. El malecón y La Habana las enaltecen.

La calle sigue solitaria. Hora de marcharse, no vaya a ser que vuelvan los fantasmas.