lunes, 27 de julio de 2009

Estampas lucenses, 1


Día 7

Desde hace años, cada vez que regreso a la tierra de mis abuelos paternos me muevo por los caminos, os camiños o corredeiras, carreteras secundarias de pedruscos por las que antaño circulaban los moradores y sus animales. Eran entonces caminos desbrozados que hoy exigen llevar la vara para espantar las malezas.

Después de 7 kilómetros bajo la niebla matinal, un zorrito cruzando la carretera y el ganado paciendo, henchido de leche, pensé que este tipo de belleza debería permanecer así, sin descripciones, siempre cortas, imposibles.

Los hijos de los hijos de estos mayores que se quedaron en las aldeas llegan este verano y preguntan por las rutas de senderismo. Debo estar mayor, porque a mí estos caminos no me sirven para practicar novedades deportivas, denominaciones turísticas que celebro como iniciativa para los urbanitas. Estos caminos me dicen, me mecen y se adhieren a la piel. A veces, se dejan ver. No puedo practicar senderismo de baja o mediana dificultad en ellos.

Son caminos para perderse y no volver... como antes.

25-07-09.


Día 6

Deseo revisar el correo y actualizar cierto blog ¡y no encuentro cybers en el pueblo! Bajo la lluvia de Monforte de Lemos comienzo el recorrido aderezado por las direcciones que me han dado los policías, la de la tienda de telefonía, la vendedora de los electrodomésticos, los chicos que no deberían fallar videojuegos, pero nada. Allí cerraron, acá también, en esta, la única, hoy bajaron la santamaría, aunque cuelga el pan de la puerta... Empapada, fría y asombrada le pregunto al funcionario de la Oficina de Turismo cómo puede ser que en un pueblo de unos 20.000 habitantes, con castillo, colegio de Los Escolapios monumental, patos en el río y estupenda vinoteca (bonita de verdad) no pueda encontrar un ordenador... Es que la gente joven ya lo tiene en casa y los negocios se han ido viniendo abajo... ¿Y los turistas? Ah... vaya, me dice avergonzado, como si fuera culpa suya.

Con el paso de los días me he ido enterando de que hay un par de negocios por ahí y que en la biblioteca del Ayuntamiento funcionan dos ordenadores, pero es como si se tratara de un asunto menor. Y puede que aquí realmente lo sea.

Es curioso, he venido a Escairón, un pueblo mucho más pequeño, para escribir estas notas, y ya no sé ni lo que digo ni lo dicho... Se ha ido la luz un par de veces y uno de los ordenadores se averió.

Sí, en serio, no importa. El cartel que tengo enfrente dice que hay una feria con carrera de burros incluida.¡Me voy a verla!

24-07-09.


Día 4

Ha llovido con persistencia durante dos días; los caracoles, salamandras y babosas salen de las tumbas y miran gozosos al cielo.

Pero, extrañamente, ya no me resigno al encierro. Así que, en el automóvil, bajo la lluvia, empezamos a recorrer un pedazo de este universo.

Mi padre dice que aquel castaño tiene unos 400 años y me pregunto qué ha cambiado en estos paisajes, de nuevo arropados por los matorrales, helechos y zarzas. Una igrexa románica del XII ya no lucha con la humedad, mientras que el señor feudal mira a sus labriegos aprovisionando la propiedad.

La cola del lobo se mece entre el pasto y una familia de jabalíes en medio de la carretera no ha percibido el motor que va a 30 o menos.

“El señor manda a hacer sus suecos con el zapatero de A Barxa”. El bosquecillo que rodea el caserón restaurado es espeso y ya no guarda los pasos del amo dirigiéndose a la carballeira.

Pasamos Saviñao, entramos en Pantón. Dos kilómetros atrás, en Mosiños, dejamos un sembradío de paneles solares y entonces sí que me doy cuenta del cambio del siglo, pero es solo un pestañeo, porque la lluvia enreda este paisaje y va enmarcándolo en un cerco de intemporalidad.

En estas tierras, sacudida débilmente por el viento y el sonar de los carballos siempre he mantenido una dura pelea con los pensamientos que, por lo general, espanto. Aquí golpean y zahieren entre el silencio de la noche, con más fuerza, si cabe.


22-07-09.

miércoles, 15 de julio de 2009

Rotulista de vehículos (parte I de Señores, busco empleo)

Estoy inscrita en cinco páginas de búsqueda de empleo. Reviso mi currículo profesional, sin ceder a la tentación de resaltarlo con no sé qué florituras. Entiendo que el servicio es gratuito y que las empresas se interesarán en la experiencia reflejada en ese historial, no en el dinero que he gastado para que lo miren antes que el de los demás interesados.

Solo me llamaron dos veces, la primera hace más de un año. Fue toda una sorpresa, porque aun cuando en aquella época creía que las páginas de búsqueda de empleo eran un recordatorio particular de que debía intentarlo, sin esperar nada a cambio, en esa ocasión la perspectiva parecía interesante. Sí, editora, pero claro, en un pueblo situado a más de una hora en tren y con la particularidad de que la revista era sobre restauración centrada en el ámbito italiano. Ni hablaba italiano ni podía cambiarme al pueblo, requisitos no señalados en la oferta. Eso sí, dejé muy claro que ¡me encanta la pizza!

Desde entonces, otra llamada de una ETT (empresa de trabajo temporal) para optar por el puesto de dependienta en una librería. Fui a la ETT, y la chica, perdida y alejada, apenas si se interesó por indagar sobre mi experiencia. Así que cuando me despedía, solo atiné a preguntarle si estaba segura de que ella estaba allí. Por supuesto, nunca hubo una nueva comunicación.

Pero desde hace un par de meses, un nuevo tropel de ofertas llega al correo. Mis perfiles “cultura, educación, edición, librerías” y el otro, el que no me gusta ver, pero me alimenta, “secretariado, administrativo”, han recibido invitaciones especiales, tanto, que revisé con afán crítico lo que una vez incluí en ellos, por si estuviera equivocada, por si una tecla maldita hubiera cambiado el muestreo de mis capacidades: fresador (http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=fresador); dependienta de moda infantil (ofrecen 7.800 brutos al mes, error que nos hace soñar de lo lindo, aunque no posea la menor vocación para atender a un niño y menos aún a los padres del mimadito); conserge-controlador (al verificar los requisitos, observo que reiteran la “g”, lo que jenera en mí cierta violencia interior); teleoperadora de rumano (en otras, de chino o ruso, un aprendizaje que tengo pendiente con la vida, con la otra vida); entrenador de “aquafitness” (sea lo que sea, dejo muy claro que si tiene que ver con agua, no sé nadar) y hoy, por fin, lo esperado: rotulista de vehículos.

Por supuesto, más que animada, reviso la oferta en cuestión. Y lo que pretendía convertirse en una broma ha resultado más interesante que algunos de los puestos administrativos ofrecidos, porque ¿quién paga 1.100 euros por colocar vinilo en los cristales de automóviles en turnos rotativos de seis horas?

Creo que debo inscribirme; tendré que vérmelas con tipos muy duros y luchar hasta el infinito y más allá para alcanzar mi meta, pero seamos claros. Si emplear mi cerebro para ejecutar órdenes sencillas, realizar varias gestiones y cumplir con papeleo se remunera con menos de 1.000 euros tras ocho horas de trabajo diario, a lo mejor la concentración de pegar el vinilo durante seis horas sin experiencia previa en nada resulte más rentable en tiempo, dinero y por qué no, conocimiento de la especie humana.

viernes, 10 de julio de 2009

Violencia, igualdad, violencia

Leía en el único diario gratuito que recibimos en las oficinas donde trabajo, 20 minutos, que una mujer apuñaló a su marido ¡con el cuchillo de la comida!, lo que le ocasionó unas heridas de cierta consideración. Después de compartir la noticia, se generó en el despacho un comentario sobre cuán harta estaría esa mujer para llegar a hacer lo que hizo.

Claro, imaginémonos que la situación es inversa. Él la acuchilla. Desde luego, cambiaría el titular a “Marido apuñala a su mujer en un nuevo caso de violencia de género”. Y es que este tipo de acciones solo se aplica a un género y sobre un género.

El primer párrafo de la Exposición de motivos de Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género expresa textualmente:

La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión.

Provengo de un país en el que la violencia se manifiesta en todas las direcciones. El machismo es un hecho alimentado por la sociedad, y los casos de crímenes, que siguen llamándose “pasionales” en la prensa más encendida, normalmente no se entienden como hechos discriminatorios de la igualdad, sino como situaciones corrientes que atañen a las relaciones entre parejas.

La cruda realidad es que hay mujeres y hombres agredidos, que la violencia se produce, incluso, en la viscosa atmósfera de un hogar de recriminaciones y gritos.

De la indiferencia con la que en países como los de nuestros orígenes se aprecian estos temas por los medios y por el común de las gentes, que casi los entiende como “normales”, a la específica normativa que asume como únicos obsesos a los machos de la especie, habrá algo más que matices que requieren estudios, análisis y perfeccionamiento.

Sí es llamativo el hecho de que en 2008 las mujeres inmigrantes asesinadas en manos de sus parejas o exparejas en territorio español fue de 31, mientras que es de españolas fue de 39, lo que evidencia una desproporción si atendemos a las variables demográficas. También es cierto que solo si se aísla el problema se torna más visible, por lo que afianzar una normativa que conduzca a disminuir la criminalidad “pasional” o de violencia de género ya es un camino correcto.

Pero no perdamos de vista que tal relatividad es una vía para alcanzar un fin: menos agresiones a mujeres. No obstante, el origen de la problemática no se combate con leyes que castigan a los agresores. La sociedad se ve constantemente invitada a defender e individualizar las pasiones para revertirlas en su contra. El término “pasional”, que tan ligeramente describe esos delitos acerca mejor al concepto de humanos no civilizados. No estamos frente a meros arrebatos de cólera que genera un tipo de entendimiento de la sexualidad. Se trata del padecimiento, del sufrimiento, de la enfermedad del alma, acepciones que nos legaron los griegos y romanos. Esas enfermedades-pasiones se vuelcan en la fragmentación de valores sociales. Y, lamentablemente, la respetable legislación y los medios no alcanzan este núcleo, ni reflexionan sobre el.

Estos hechos que siguen escociendo al humano que no termina de doblegar su animalidad afectan a hombres y mujeres. La legislación no contempla castigos a las mujeres que forman a los hombres como machistas, y la reeducación del sistema se cierne directamente sobre el agresor-hombre-bestia, que es, también, víctima de sus pasiones mal digeridas.

domingo, 5 de julio de 2009

Vienen a mis recuerdos recientes

Hace unos días un hotel cercano a mi lugar de trabajo se encontraba rodeado de policías, quienes además pasaban espejos debajo de los vehículos e impedían el acceso regular hacia algunos de los edificios de la zona.

En el autobús una extrovertida mujer nos preguntaba a todos quién podría estar el hotel y después de conocer que se trataba de la Reina, se dejaba oír, como si la escena anterior le hubiera servido para ilustrar el discurso, harto escuchado y terriblemente gastado: ¿dónde está la policía cuando se le necesita?

Pero lo que parecía una queja casposa dejó paso al siguiente capítulo: la mujer nos enseñaba su cuello, en el que una gruesa hendidura no cicatrizada nos permitía colegir que le habían arrancado una prenda. –Sí, la cadenita que mi marido me regaló por los treinta años de matrimonio, que no es poco –según ella misma reflejaba, con un humor no exento de enojo, ignoro si por tantos años de contubernio o por el suceso en sí.

A mí me recorrió un ligero escalofrío. Siempre trato de no olvidarme de parte de los motivos que culminaron en el hartazgo de la sociedad insegura en la que fui viviendo. En los ochenta los robos y hurtos eran el hecho diario que cualquier conocido relataba como propio. Pero estos delitos dejaron paso a los homicidios, al crimen cruel, al ensañamiento, a la falta de escrúpulos. Se trataba de una violencia sostenida sobre necesidades de uso insatisfechas: ¿no me das tus zapatos Nike que usa Kevin, el de la banda de “Los comecoco”? Ay panita, te ……Y, en efecto, ¡bang! Adiós precoz por unos espantosos mamotretos que costaban el sueldo del mes de una familia marginada. Y así por el reloj, el celular, lo que se veía y lo que no.

Y aún ¡la gente se arriesgaba portando las tentaciones! Me dice una amiga que ahora la moda es lucir las BlackBerries. ¡Un pedazo de pedazos objeto de intercambio por la vida misma!

En fin, que quise decirle a la mujer del autobús que de esa manera empezamos nosotros, que no se descuiden, pues no se trata únicamente de una crisis económica, sino de valores, y eso sí vamos compartiéndolo, en particular con estos jóvenes que no prometen sino daño.

Pero no le dije nada. Pensé que si el ladrón parecía de otras tierras mi acento atraería ingratos comentarios de los que preferí resguardarme.

Intento con más desgracia que suerte convencer a mis conocidos de que la criminalidad en España está íntimamente relacionada con más variables que la mera presencia de inmigrantes. De seguir este camino, probablemente lo descubran por sí mismos. Lo lamentaré, y, si puedo, volveré a guarecerme.

¡Al ladrón!, ¡al ladrón!